martes, 4 de septiembre de 2018

Sin mis hijos mi casa estaría limpia, mi billetera llena, pero mi corazón VACÍO.

Señor:
Mi Hijo crecerá y se fortalecerá
en tu presencia. Progresará en Sabiduría
y tu favor lo acompañará
Todos los días de su Vida.
Lucas 2:40
 
 
 
 
 

 
 
 
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Sin mis hijos
mi casa estaría
limpia,
mi billetera
llena,
pero mi 

corazón VACÍO.

 “¡Voy a irme a la Montaña Negra!”, gritó el pequeño Ricardo de cinco años.
“Muy bien, si eso es lo que quieres adelante”, le respondió su madre abriendo la puerta y acompañándolo hasta el pórtico.
Un manto de silencio cayó sobre él. Hacía rato que ya no había sol y la oscuridad de la noche cubría el paisaje.

Por el resplandor de las estrellas, apenas veía la forma de la Montaña Negra en la distancia.

En plena oscuridad, el niño escuchó el movimiento de un animal entre las plantas, y el aleteo de un ave en el cielo oscuro.
De pronto, el corazoncito del niño latía con más rapidez, y se le había acelerado la respiración.

Ir a la Montaña Negra había sido una mala idea.
¿Por qué habría dicho eso?, pensó.
Se sentó en el pórtico abrazándose las rodillas contra el pecho, mientras una lágrima le rodaba por la mejilla al tratar de controlar el miedo.
Desde la cocina, escuchó que su padre le decía:“Ricardo ¿quiéres venir a cenar con nosotros?”

Aun así, Papá espera pacientemente y nos llama para reunirnos con el resto de la familia.

Nos sentamos en el pórtico y lloriqueamos.

Nos enojamos y amenazamos. 

A veces, cuando estamos enojados con nosotros mismos, con los demás, con las circunstancias, o hasta con Dios, queremos irnos.

El amor ahuyenta los temores y la restauración sana las heridas.

Proverbios 19:21
Muchos son los planes del hombre, más el consejo del Señor permanecerá.

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