AMOR Y CORAJE
Caminando por un sendero en los bosques de Georgia en 1977, vi un charco
de agua delante de mí, me desvié para esquivarlo, bordeándolo por el
lado que no tenía tanta agua ni lodo. Cuando estaba por llegar, fui
atacado súbitamente.
Sin embargo, yo no me defendí, pues el ataque fue tan inesperado y de
origen totalmente impredecible. Sobresaltado pero ileso, a pesar de
haber sido ya golpeado cuatro o cinco veces, retrocedí un poco y mi
agresor cesó de atacarme.
Ahora en vez de persistir en su ataque se mantenía graciosamente en el
aire con sus hermosas alas delante de mí. Si me hubiera hecho daño no
me habría parecido gracioso, pero como no me hizo nada, me hizo mucha
gracia y me eché a reír: estaba siendo atacado por una mariposa. Cuando
paré de reírme, di un paso hacia delante. Mi atacante se abalanzó sobre
mí nuevamente. Me topeteó en el pecho con todas sus fuerzas usando su
cabeza y su cuerpo pero sin lograr nada.
Por segunda vez, retrocedí un paso y mi atacante cedió un poco pero al
ver que avanzaba volvió a la carga. Me topeteaba en el pecho una y otra
vez. No supe qué hacer aparte de retroceder por tercera vez. Después de
todo no es muy común que te ataque una mariposa. Esta vez decidí
retroceder varios pasos para ver la situación desde atrás. Mi atacante
retrocedió igualmente para aterrizar en el piso. Es ahí cuando me di
cuenta por qué me había atacado unos momentos antes aquella mariposa. Su
pareja yacía moribunda. Ella estaba en el piso junto al charco donde él
aterrizó.
Parado junto a ella movía sus alas como si la estuviera abanicando. Sólo
me quedaba admirar el amor y el coraje de aquella mariposa y su interés
por su pareja. Había decidido defenderla a pesar de que ella estaba
muriéndose y de que yo era un adversario demasiado grande. Lo hizo sólo
para darle unos preciosos momentos extras de vida y salvarla de ser
pisoteada por mí, si hubiera avanzado un poco más descuidadamente.
Ahora que sabía por qué luchaba la mariposa, sólo me quedaba una cosa
por hacer. Decidí dar la vuelta por el otro lado del charco que era
extremadamente lodoso. El coraje que tuvo para atacar a un oponente mil
veces más grande que él, sólo para defender a su pareja, lo justificaba.
No podía hacer otra cosa que recompensar su valentía dándome la vuelta
por el lado más difícil de cruzar el charco. Llegando a mi auto, no me
importó en absoluto tener que limpiar el barro de mis botas. La mariposa
se había ganado esos preciosos últimos momentos de la existencia de su
compañera, sin ser molestados. Dejé que pasaran aquellos instantes en paz.
Desde entonces he tratado de recordar el coraje de aquella mariposa
cuando me enfrento a grandes obstáculos. Su coraje me inspira y recuerda
que vale la pena hacerle frente a lo que sea si la causa lo amerita.