martes, 22 de julio de 2014

Bendiciones en las circunstancias actuales


Podemos pensar en ciertos actos de adoración, como si al hacerlo escucháramos una voz que dice: «Quítate los zapatos, pues el lugar en que estás es tierra santa». Sin embargo, ¿dónde no está presente Dios? ¿A dónde iríamos que no fuera tierra santa? Es posible que no se trate de una zarza en llamas, pero Dios está allí como lo estaba cuando Moisés vio el símbolo de Su presencia en el desierto. Creemos que hacemos una buena obra cuando damos una clase de catequesis o escuela dominical. Sin embargo, ¿los que llevan a cabo la obra de Dios hacen menos en los otros días de la semana cuando dan clases a niños pequeños o a jóvenes en escuelas públicas o colegios privados? Consideramos que el deber más sagrado es sentarse en la mesa del Señor para la comunión. Sin embargo, ¿han pensado que las comidas con nuestra familia también son algo sagrado, poco menos sagrado que la comunión?
Cuando aprendamos esa lección, la vida cristiana tendrá un verdadero sentido y gloria para nosotros. Entonces, nada parecerá común. Jamás debemos pensar en nuestra ocupación como algo inferior, pues el trabajo más humilde, si es la voluntad de Dios para el momento, tendrá un esplendor celestial, porque es lo que nuestro Maestro quiere que hagamos. Podemos complacerlo igual de bien cuando vivimos con dulzura y hacemos nuestro trabajo fielmente en un lugar humilde, entre la tentación, las preocupaciones y el agotamiento, como lo hacemos cuando honramos a Dios y lo adoramos en la comunión.
Pensamos que estamos en este mundo para ocuparnos de asuntos específicos, para encargarnos de determinados deberes profesionales, atender ciertos asuntos de la casa, para ser carpinteros, picapedreros, pintores, profesores, amas de casa, a todo eso lo llamamos nuestra vocación. Sin embargo, Dios piensa que esas ocupaciones contribuyen a nuestro crecimiento y a que  tengamos un carácter noble y digno. Con Dios, una carpintería no es únicamente un lugar donde se hacen cosas, es un lugar para formar el carácter, donde se forjan los hombres.  J. R. Miller[1]
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«Los que menospreciaron el día de las pequeñeces» (Zacarías 4:10).
El Señor dirigió esas palabras a Su antiguo pueblo, poco después de su regreso de la cautividad en Babilonia. En aquel entonces eran pocos, pobres, débiles hasta el punto de ser consumidos por sus enemigos. A pesar de esas circunstancias desalentadoras, casi de inmediato después de su regreso, empezaron a poner los cimientos de un templo para alabar a Dios. […]
En todas las obras de Dios, y en particular Sus obras de gracia —que no tienen efecto por fuerza ni poder, sino por Su Espíritu—, por lo general hay un día de las pequeñeces. […] En otras palabras, hay una temporada en que Su obra parece muy pequeña y poco prometedora. Todo lo que hace falta para convencerlos de la verdad de esa aseveración es hacer referencia a algunas de las obras de Dios. […] El roble fue una bellota; los grandes ríos tal vez empezaron en un riachuelo insignificante o en un manantial; el filósofo, el guerrero, el estadista, el poeta, todos fueron niños; la nación poderosa y civilizada fue en algún momento un lugar lleno de salvajes. […]
En la iglesia del Antiguo Testamento fue una época de pequeñeces cuando Abraham y su familia fueron sus únicos feligreses. Fue un día de pequeñeces cuando todos los miembros de la iglesia del Nuevo Testamento podían reunirse en un cuarto pequeño y sentarse en una sola mesa. Y cada sección de esta iglesia, donde sea que esté, sea cual sea su estado actual de prosperidad, ha tenido su día de pequeñeces. En un día así la iglesia de Jesucristo de Nueva Inglaterra, cuando todos sus miembros desembarcaron de un solo barco, adoró en una playa vacía, sin santuario y sin siquiera tener una morada donde refugiarse. Y probablemente no hay una iglesia en este país que en algún momento no haya sido pequeña y débil, y que no haya pasado por muchas dificultades. Comentarios parecidos se pueden hacer con respecto a todas las sociedades y las instituciones que han sido formadas para promover y difundir el cristianismo.
También se pueden hacer comentarios similares con respecto a la obra de gracia en el corazón de la gente. Cada cristiano tiene su momento de gloria, pero lamentablemente, el día de las pequeñeces es demasiado largo; hablo de un día en que su amor, fe, esperanza, conocimiento, utilidad y consuelo son pequeños. Por ejemplo, Nicodemo. Fue así cuando fue a ver a Jesús una noche. Otro ejemplo es el de los doce discípulos. Fue un tiempo así para ellos hasta después del día de Pentecostés. […]
No debemos despreciar el día de las pequeñeces, porque es el comienzo del día de los grandes logros. Así será, porque las pequeñeces son la obra de Dios; y en cuanto a Dios, Su obra es perfecta, y lo que hace será para siempre.  Edward Payson[2]
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No es preciso que te sientas capaz de hacer cosas que el Señor no espera que hagas. Basta con que tengas fe para ser lo que Él quiere que seas y para desempeñar la tarea que te tiene asignada, cualquiera que sea. No intentes ser lo que no eres; pero tampoco creas la mentira de que no eres capaz de ser la persona en la que Dios te puede convertir, o de realizar lo que Dios quiere obrar por medio de ti. Él nunca nos pide que hagamos más de lo que sabe que podemos hacer con Su ayuda.
Como las fichas del tablero de ajedrez, cada uno tiene su puesto y su tarea que desempeñar para el Señor. Cuando un jugador toma una pieza y la hace avanzar hasta otra casilla, ésta no protesta ni trata de evitar que el jugador la mueva, ¿cierto? De igual manera, nosotros estamos en las manos de Dios. Estás en manos del gran maestro de ajedrez y Él te colocará donde le parezca mejor. Limítate a confiar en el Señor para que se cumpla Su voluntad.
Cuando se sigue a un guía por un camino desconocido, hasta que se llega a un recodo o bifurcación, él no le dice a uno por dónde hay que ir. Espera a que llegue el momento en que uno deba saberlo. Lo mismo sucede con el Señor: en la mayoría de los casos no es preciso que sepas al detalle lo que vas a hacer mañana. Jesús dijo que no nos preocupáramos por el día de mañana. A veces hay que trazar planes con antelación para algunas cosas. Pero no tenemos que preocuparnos por el día de mañana. Limítate a hacer lo que Dios sabe que puedes hacer y lo que te ha pedido que hagas hoy, y prepárate para hacer lo mismo mañana. 

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