Bendiciones en las circunstancias actuales
Podemos pensar en ciertos
actos de adoración, como si al hacerlo escucháramos una voz que dice:
«Quítate los zapatos, pues el lugar en que estás es tierra santa». Sin
embargo, ¿dónde no está presente Dios? ¿A dónde iríamos que no fuera
tierra santa? Es posible que no se trate de una zarza en llamas, pero
Dios está allí como lo estaba cuando Moisés vio el símbolo de Su
presencia en el desierto. Creemos que hacemos una buena obra cuando
damos una clase de catequesis o escuela dominical. Sin embargo, ¿los
que llevan a cabo la obra de Dios hacen menos en los otros días de la
semana cuando dan clases a niños pequeños o a jóvenes en escuelas
públicas o colegios privados? Consideramos que el deber más sagrado es
sentarse en la mesa del Señor para la comunión. Sin embargo, ¿han
pensado que las comidas con nuestra familia también son algo sagrado,
poco menos sagrado que la comunión?
Cuando aprendamos esa
lección, la vida cristiana tendrá un verdadero sentido y gloria para
nosotros. Entonces, nada parecerá común. Jamás debemos pensar en
nuestra ocupación como algo inferior, pues el trabajo más humilde, si
es la voluntad de Dios para el momento, tendrá un esplendor celestial,
porque es lo que nuestro Maestro quiere que hagamos. Podemos
complacerlo igual de bien cuando vivimos con dulzura y hacemos nuestro
trabajo fielmente en un lugar humilde, entre la tentación, las
preocupaciones y el agotamiento, como lo hacemos cuando honramos a Dios
y lo adoramos en la comunión.
Pensamos que estamos en
este mundo para ocuparnos de asuntos específicos, para encargarnos de
determinados deberes profesionales, atender ciertos asuntos de la casa,
para ser carpinteros, picapedreros, pintores, profesores, amas de casa,
a todo eso lo llamamos nuestra vocación. Sin embargo, Dios piensa que
esas ocupaciones contribuyen a nuestro crecimiento y a que
tengamos un carácter noble y digno. Con Dios, una carpintería no es
únicamente un lugar donde se hacen cosas, es un lugar para formar el
carácter, donde se forjan los hombres. J. R. Miller[1]
*
«Los que menospreciaron el
día de las pequeñeces» (Zacarías 4:10).
El Señor dirigió esas
palabras a Su antiguo pueblo, poco después de su regreso de la
cautividad en Babilonia. En aquel entonces eran pocos, pobres, débiles
hasta el punto de ser consumidos por sus enemigos. A pesar de esas
circunstancias desalentadoras, casi de inmediato después de su regreso,
empezaron a poner los cimientos de un templo para alabar a Dios. […]
En todas las obras de
Dios, y en particular Sus obras de gracia —que no tienen efecto por
fuerza ni poder, sino por Su Espíritu—, por lo general hay un día de
las pequeñeces. […] En otras palabras, hay una temporada en que Su obra
parece muy pequeña y poco prometedora. Todo lo que hace falta para
convencerlos de la verdad de esa aseveración es hacer referencia a
algunas de las obras de Dios. […] El roble fue una bellota; los grandes
ríos tal vez empezaron en un riachuelo insignificante o en un
manantial; el filósofo, el guerrero, el estadista, el poeta, todos
fueron niños; la nación poderosa y civilizada fue en algún momento un
lugar lleno de salvajes. […]
En la iglesia del Antiguo
Testamento fue una época de pequeñeces cuando Abraham y su familia
fueron sus únicos feligreses. Fue un día de pequeñeces cuando todos los
miembros de la iglesia del Nuevo Testamento podían reunirse en un
cuarto pequeño y sentarse en una sola mesa. Y cada sección de esta
iglesia, donde sea que esté, sea cual sea su estado actual de
prosperidad, ha tenido su día de pequeñeces. En un día así la iglesia
de Jesucristo de Nueva Inglaterra, cuando todos sus miembros
desembarcaron de un solo barco, adoró en una playa vacía, sin santuario
y sin siquiera tener una morada donde refugiarse. Y probablemente no
hay una iglesia en este país que en algún momento no haya sido pequeña
y débil, y que no haya pasado por muchas dificultades. Comentarios
parecidos se pueden hacer con respecto a todas las sociedades y las
instituciones que han sido formadas para promover y difundir el
cristianismo.
También se pueden hacer
comentarios similares con respecto a la obra de gracia en el corazón de
la gente. Cada cristiano tiene su momento de gloria, pero
lamentablemente, el día de las pequeñeces es demasiado largo; hablo de
un día en que su amor, fe, esperanza, conocimiento, utilidad y consuelo
son pequeños. Por ejemplo, Nicodemo. Fue así cuando fue a ver a Jesús
una noche. Otro ejemplo es el de los doce discípulos. Fue un tiempo así
para ellos hasta después del día de Pentecostés. […]
No debemos despreciar el
día de las pequeñeces, porque es el comienzo del día de los grandes
logros. Así será, porque las pequeñeces son la obra de Dios; y en
cuanto a Dios, Su obra es perfecta, y lo que hace será para
siempre. Edward
Payson[2]
*
No es preciso que te
sientas capaz de hacer cosas que el Señor no espera que hagas. Basta
con que tengas fe para ser lo que Él quiere que seas y para desempeñar
la tarea que te tiene asignada, cualquiera que sea. No intentes ser lo
que no eres; pero tampoco creas la mentira de que no eres capaz de ser
la persona en la que Dios te puede convertir, o de realizar lo que Dios
quiere obrar por medio de ti. Él nunca nos pide que hagamos más de lo
que sabe que podemos hacer con Su ayuda.
Como las fichas del
tablero de ajedrez, cada uno tiene su puesto y su tarea que desempeñar
para el Señor. Cuando un jugador toma una pieza y la hace avanzar hasta
otra casilla, ésta no protesta ni trata de evitar que el jugador la
mueva, ¿cierto? De igual manera, nosotros estamos en las manos de Dios.
Estás en manos del gran maestro de ajedrez y Él te colocará donde le
parezca mejor. Limítate a confiar en el Señor para que se cumpla Su
voluntad.
Cuando se sigue a un guía
por un camino desconocido, hasta que se llega a un recodo o
bifurcación, él no le dice a uno por dónde hay que ir. Espera a que
llegue el momento en que uno deba saberlo. Lo mismo sucede con el
Señor: en la mayoría de los casos no es preciso que sepas al detalle lo
que vas a hacer mañana. Jesús dijo que no nos preocupáramos por el día
de mañana. A veces hay que trazar planes con antelación para algunas
cosas. Pero no tenemos que preocuparnos
por el día de mañana. Limítate a hacer lo que Dios sabe que puedes
hacer y lo que te ha pedido que hagas hoy, y prepárate para hacer lo
mismo mañana.
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