jueves, 5 de enero de 2017

Fe ferrea

Cuando jugaba fútbol americano en la secundaria, siempre sonreía cuando los chicos aparecían al comienzo de la temporada diciendo: “voy a probar este deporte”. En ese momento sabía lo que sucedería. Cuando salieran al campo de juego, terminarían golpeados… y no lograrían un puesto en el equipo.
Una de las razones por las que lo sabía, era porque entendía muy bien a lo que se estarían enfrentando.
Enfrentarían a jóvenes que realmente disfrutaban demolerse entre ellos en cada partido. Chicos que llegaban al límite durante toda la semana, casi hasta el punto de colapsar, para poder estar en forma. Jóvenes que soportaban el dolor muscular, los morados, narices rotas y cualquier otra cosa imaginable con tal de poder practicar un juego por el que ni siquiera les pagaban.
Cuando juegas contra un grupo como ese, la mentalidad de “voy a tratar, voy a probar” no funciona. Debes amar ese juego por completo. Debes estar absolutamente determinado a jugar—y jugar para ganar. Debes quererlo a tal punto, que cuando te estén pegando por todas partes, puedas decir: “¡Cueste lo que cueste, voy a ganar; triunfaré!”
De lo contrario, no lo aguantarás. Terminarás sin aire y saldrás corriendo a los vestuarios mientras el resto del equipo sigue peleando en el campo, golpeándose sin cesar porque lo consideran algo “divertido”.
En mis años como creyente he descubierto la similitud entre lo que acabo de describir y lo que llamamos vivir por fe en Dios. Es la aventura más emocionante y poderosa que existe; sin embargo, no funciona para aquellos que tienen una actitud de “probemos para ver qué pasa”. No produce resultados para la gente que solamente escucha unos pocos mensajes y dice: “creo que voy a probar este tema de la fe”. Si quieres ganar en la vida de la fe, tendrás que preciarla. Debes tomar la misma actitud que Abrahán tomó en la Biblia.
¡Él era alguien que quería caminar por fe! ¡Abrahán nos definió el estándar!

Él quería caminar en la manifestación del poder de Dios más que cualquier otra cosa en la Tierra. Lo quería más que a su familia. Lo quería más que a su vida. Él quería a Dios a tal punto, que creyó y actuó en Su PALABRA, sin importar lo que los demás dijeran o pensaran de él.


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