Lección de desinterés
Mi esposa y yo solemos ir una vez a la semana al mercado de frutas y verduras de nuestro barrio, un lugar siempre pintoresco y folclórico. Allí la gente se saluda con efusividad, se consiguen las mejores ofertas de productos frescos, se habla del clima, del gobierno, de fútbol, y sobre todo es un centro social para matar soledades.
Ese día, para ser consecuentes con las pautas de vida sana, privilegiamos la bicicleta. Tocados de casco y premunidos de mochilas y alforjas, Es habitual que volvamos tan cargados de mercadería que difícilmente nos daríamos cuenta si algo se nos cayera mientras pedaleamos.
En cierta ocasión mi señora no se percató cuando su teléfono celular se le escurrió del bolsillo. Solo cuando ya llegábamos a casa nos dimos cuenta de que el aparato se había esfumado. Decidimos llamar al teléfono por si el afortunado que lo hubiera encontrado quisiera tener la gentileza de devolvérnoslo. Para sorpresa nuestra, contestó una voz masculina. Cuando le conté que mi mujer era la dueña del teléfono, nos explicó que su hijo adolescente lo había descubierto mientras paseaba por el parque y que si pasábamos por su casa gustosamente nos lo devolverían.
Contentos nos dirigimos hacia el domicilio de nuestros bienhechores, pero nos topamos con un inconveniente. Queríamos premiar al chico por su honradez y ofrecerle algo en metálico; mas cuando revisamos la billetera y esculcamos nuestros bolsillos, ¡vimos que no nos había quedado ni un peso! Rebuscamos entre las compras y encontramos una cajita de arándanos frescos que el joven probablemente disfrutaría.
Luego de saludar a los dueños de la casa y de agradecerle profusamente al hijo su buen acto, nos disculpamos por no poder ofrecerle otra cosa que unos arándanos de temporada. Él los recibió con agrado y, ya despidiéndonos, mi esposa le expresó al papá lo mal que nos sentíamos por no haber podido premiar como correspondía a su hijo.
—Bueno, como usted sabe, hoy por ti y mañana por mí —atinó a decirle ella.
Él nos desarmó contestando:
—Y aunque no fuera así.
¡Qué bonito es hacer el bien sin pensar en recompensas, solo por el gusto! Ese día aquella familia nos enseñó una gran lección de cristianismo, sobre la importancia de dar sin esperar recibir nada a cambio. «Hagan bien, y presten no esperando nada a cambio, y su recompensa será grande»1.
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Gabriel García
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