martes, 10 de abril de 2018

A Dios le encanta mover las piezas en Su ajedrez y sorprender.



El hombre espera en la quietud de la celda. Una molesta gotera golpea sobre la piedra. El calor es agobiante y denso, pero la temperatura es lo que menos importa. Las moscas lo invaden todo sin piedad, pero no hay cómo espantarlas, al fin y al cabo, pueden llegar a ser la única compañía agradable.

Los demás presos observan al hombre con recelo. Acechan. Para ser sinceros, los últimos meses fueron pésimos para el callado prisionero. Sus hermanos lo odiaron con toda el alma, y le tendieron una traicionera trampa.

El hombre ya no recuerda dónde quedó aquel traje de marca que solía usar los domingos, acaso haya sido su estilizada vestimenta lo que originó tanto celo familiar. Ahora viste harapos, o una suerte de taparrabo. Se comenta en la celda, que hasta hace poco trabajaba como mayordomo de un hombre millonario. Algunos dicen que quiso acostarse con la bella esposa del magnate. Otros afirman que fue otra acusación injusta. "No hace falta ser muy inteligente para saber que su vida está en bancarrota", -comenta en una voz casi imperceptible uno de los presos, apodado "El griego".
"A Dios le encanta mover las piezas en Su ajedrez y sorprender. Y a veces, si el pequeño peón, entiende la jugada, en lugar de maldecir su presente, sonreirá en silencio, sabiendo que en cualquier instante, un simple movimiento del Maestro, puede transformarlo en un rey."
"Debió haberse acostado con ella -dice el viejo recluso- una noche de pasión y lujuria hubiese significado su pasaporte a la libertad". El hombre sigue recostado sobre una de las sucias paredes de la prisión. No escucha los comentarios. Sólo....sonríe. Parece que sabe algo que los demás ignoran. Como si tuviese un hábil abogado que apelará su condena, o como si supiese que su muerte está cerca y aliviará tanto dolor injusto. Sonríe en silencio, sin alboroto. Sonríe como si supiera que sólo se trata de un plan perfectamente delineado. 
Es que el hombre se siente cada vez más cerca de su destino, y por alguna razón, lo percibe, es inminente. No siente el calor ni le molestan los grilletes. Es como si pudiese ver a través de los enmohecidos muros de la celda. Los demás presumen que está al borde de la locura, de perder el juicio cabal, "suele pasar", opinan. Pero el hombre espera como aquel que sabe que está a pocos minutos de la gran final. Y casi disfruta este tiempo.

No maldice el calor ni la prisión, lo toma como parte del plan, de su último escalón al destino. Las chirriantes puertas de acero se abren de golpe, y dos guardias entran en escena. Buscan al hombre. Alguien hace una seña en dirección al sonriente prisionero. Uno de los guardias tiene una voz gutural: "El Rey ha tenido un sueño y nadie puede revelarle el significado, alguien le habló de que tú conoces estos misterios, el Rey quiere verte urgente". 
El prisionero no se sorprende, como si alguien le hubiese dicho que esto ocurriría. No más injusticias, no más prisión, el tiempo del destino ha llegado. El hombre sube los peldaños que lo alejan de la celda, en silencio. Los demás presos sólo observan al hombre que supo entender que todo buen destino tiene su precio, y hay que pagarlo con una sonrisa. La próxima vez que los reclusos vean al hombre, lo encontrarán con vestimenta de rey. No será un prisionero, será Jefe de Estado. Un Faraón.

El magnate maldecirá haberlo despedido. La mujer confesará que lo acusó injustamente. Y su familia se arrodillará ante él para pedirle misericordia. Los presos lo transformarán en leyenda a través de los años. José ya no es un oscuro prisionero, ahora ocupa el sillón presidencial. 
A Dios le encanta mover las piezas en Su ajedrez y sorprender. Y a veces, si el pequeño peón, entiende la jugada, en lugar de maldecir su presente, sonreirá en silencio, sabiendo que en cualquier instante, un simple movimiento del Maestro, puede transformarlo en un rey. Que disfrutes este tiempo de espera, sabiendo que tu destino está cerca. Sólo espera y sonríe.

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