miércoles, 7 de enero de 2015

El Hijo pródigo

El hijo pródigo

Recopilación

La compasión del padre

Cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio llegar. Lleno de amor y de compasión, corrió hacia su hijo, lo abrazó y lo besó.  Lucas 15:20[1]
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En esa parábola Dios se representa como un padre, ¡pero un padre excepcional! Los dos hijos insultan públicamente al padre. Y en los dos casos el padre, con misericordia, se humilla a sí mismo y procura que sus hijos se reconcilien. Aunque somos pecadores, Dios, con amor misericordioso, nos invita a volver a Él. Sus caminos no son nuestros caminos.  John Sanders
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«Cuando aún estaba lejos, lo vio su padre». El padre no dirigió una mirada glacial al hijo que volvía. Lo vio con amor y «fue movido a misericordia»; es decir, tuvo compasión de él. Su corazón ya no albergaba ira hacia su hijo; solo sentía compasión por su pobre muchacho, que había llegado a un estado tan lastimoso. Era cierto que todo había sido culpa del hijo; pero no fue eso lo que pensó el padre. Lo que conmovió al padre profundamente fue el estado en que se encontraba su hijo, su pobreza y degradación, su rostro tan pálido por el hambre. Y Dios tiene compasión de las tribulaciones y sufrimientos de los hombres. Es posible que ellos se hayan acarreado todas sus dificultades, y en efecto ha sido así; sin embargo, Dios tuvo compasión de ellos. «Por la misericordia del Señor no hemos sido consumidos, porque nunca decayeron Sus misericordias».  Charles H. Spurgeon
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Cuando pongo atención a la parábola del hijo pródigo, como un oriental, esas dos historias poseen un gran significado para mí. […] Cuando alguien ha sido injusto con su padre y lo ha tratado como si ya estuviera muerto —que es lo que se insinúa cuando el hijo le pide la herencia que le corresponde—, y luego va y la derrocha, y seguidamente esa persona hace un giro de 180 grados y vuelve a la casa de su padre, en un contexto oriental, el padre nunca habría salido de su casa para encontrarse con el hijo afuera. Habría esperado hasta que el hijo llegara y cayera sobre su rostro, implorando perdón. El que el padre fuera misericordioso y corriera hacia el hijo que se dirige de vuelta a casa, es muy contrario a la forma de pensar oriental. Y allí el hijo fue recibido, perdonado, le dieron ropa, un anillo y todo lo demás.  Ravi Zacharias
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Esa es la manera de representar a Dios, cuya bondad, amor, perdón, cuidado, alegría y compasión no tienen límites. Jesús representa la generosidad de Dios al emplear toda la imaginería de su cultura, y al mismo tiempo transformándola constantemente.  Henri Nouwen

El arrepentimiento del hijo

Su hijo le dijo: «Padre, he pecado contra el cielo y contra ti, y ya no soy digno de que me llamen tu hijo».  Lucas 15:21[2]
¡Nunca ha habido una descripción de un personaje tan corta como la del hijo pródigo! No entra en detalles realistas ni enumera sus pecados; sin embargo esa imagen inmortal queda grabada por siempre en nuestra imaginación. El fiasco de su vida es tan claro y vívido como las palabras que describen la ruina. Sin embargo, lo que nos atrae más mientras leemos la breve narración de su ruina no es que dice que vivió «perdidamente» ni que dilapidó imprudentemente su patrimonio, ni que tuvo hambre a tal grado que anhelaba la comida de los cerdos, ni que andaba con pies descalzos o que perdió su túnica; más bien, es que al llegar el hijo pródigo a su peor suerte, el relato señala: «Volviendo en sí». Recapacitó, comprendió. Hasta ese momento no había vuelto en sí. No se había hallado a sí mismo en su vida de desenfreno y complacencia. A fin de cuentas, esa no fue la vida para la que estaba destinado. Se extrañó más a sí mismo que a sus zapatos y túnica.
Eso plantea una buena pregunta que vale una respuesta: ¿En qué momento alguien es su verdadero yo? ¿Cuándo puede alguien decir adecuadamente «por lo menos me encontré a mí mismo; soy quien quiero ser»? Cristo nos ha revelado que en nosotros siempre hay posibilidades más sublimes y divinas. Cristo, el Vencedor —y no Adán—, es el verdadero modelo, la persona normal, que al final nos da el modelo de vida auténtica. Entonces, ¿cuál es el verdadero yo? Sin duda es el yo más excelso posible, el que descubrimos en nuestros mejores momentos.  Rufus M. Jones
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En prisión y al enfrentar la muerte, Dostoyevsky descubrió la parábola del hijo pródigo. En ese relato del regreso a casa, Dios resucitó en su mente. La parábola del hijo pródigo transformó la mente, el alma y el cuerpo de Dostoyevsky. En el lecho de muerte, su última petición fue que le leyeran esa parábola que además influyó en todas las historias que escribió el autor genial. Fue absolutamente consciente de que ese relato de volver a casa es el nuestro. Es más, su toma de conciencia llegaría a otra alma que a la larga vio que la belleza de la parábola del hijo pródigo funcionaba en su propia vida. C. S. Lewis, al describir su conversión, que fue con bastantes reservas, exclamó: «¡¿Quién puede adorar debidamente ese Amor que abrirá enormes puertas a un hijo pródigo que ha llegado pateando, forcejeando, resentido y mirando rápidamente en todas direcciones en busca de una oportunidad de escapar?! La dureza de Dios es más bondadosa que la suavidad de los hombres, y la coacción de Dios es nuestra liberación».  Jill Carattini
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Todos hemos sido hijos pródigos en uno u otro momento. Todos nos hemos descarriado y apartado mucho de la casa del Padre alguna vez, si no físicamente, por lo menos en espíritu, y todos nos hemos visto comiendo sobras y desperdicios, como quien dice, para luego volver a nuestro Padre, quien, viéndonos desde lejos, corrió a recibirnos con los brazos abiertos. Ya nos estaba buscando. Él cuenta con que escarmentaremos y volveremos a Él. Nos espera con amor hasta que descubrimos que ninguna otra cosa nos satisface y regresamos a Él. Entonces puede hacer Su parte y sanarnos como solo Él sabe hacerlo. Me recuerda a ese estribillo que dice:
Mi alma, oh, aún vibra,
pues Él de alegría la inundó.
Algo me hizo renacer.
Su mano me transformó.
Dios no permitirá que se frustre Su plan. Éste se cumplirá sin posibilidad de error. En el caso del hijo pródigo, con que solo te encamines hacia Dios y te vuelvas a Él, Él te estará esperando y te recibirá con los brazos abiertos, con amor y vestiduras nuevas de justicia, un hermoso anillo de oro, recompensa que ni siquiera te mereces, y un banquete de acción de gracias, una fiesta.
Recuerda, siempre hay esperanza. Dios conoce tu camino, y cuando te haya probado, saldrás como oro[3]. Es posible que a veces el camino sea difícil, pero Su Palabra dice: «El Dios de toda gracia, que nos llamó a Su gloria eterna en Jesucristo, después que hayáis padecido un poco de tiempo, Él mismo os perfeccione, afirme, fortalezca y establezca»[4]María Fontaine
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La parábola del hijo pródigo trata de quienes se han alejado de Mí. Cuando los veo transitar el sendero que los lleva hacia Mí, de inmediato salgo corriendo a su encuentro. Los estrecho en Mis brazos, los envuelvo con Mi capa y llamo a Mis siervos para que preparen una fiesta. Porque Mi hija, Mi hijo y los que estaban perdidos han regresado a Mis brazos.
El hijo pródigo dejó la casa del Padre y gastó su herencia y dedicó su tiempo a hacer lo que quería, pensando que eso lo haría feliz. Al acabársele al hijo pródigo el dinero, se vio obligado a padecer pobreza. En cierto modo, fue como una cárcel para él, y no veía la forma de salir. Cuando estaba desesperado y no hallaba escapatoria, comenzó a revolcarse en el fango y hacerse como los cerdos. Hasta que al final recapacitó y empezó a preguntarse: «¿Qué he hecho?»
El hijo pródigo pensó que se había descarriado a tal grado que su padre nunca lo volvería a aceptar. Pero recuerda que para Mí es imposible que te pases de malo. ¡Todavía tienes un lugar reservado en Mi casa! Te espero con los brazos abiertos para acogerte de nuevo en Mi casa. Recuerda, independientemente de cómo te sientas, Yo todavía te amo.  Jesus.

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