Si me esclavizo en la cocina, horneo docenas de galletas navideñas, preparo cenas gourmet y las sirvo en mesas exquisitamente dispuestas, pero no manifiesto amor, no soy sino una cocinera.
Si me ofrezco de voluntaria para servir en comedores solidarios, canto
villancicos en hogares de ancianos y doy todo lo que tengo para obras de
caridad, pero no manifiesto amor, de nada me sirve.
Si arreglo el árbol con ángeles resplandecientes y copos de nieve tejidos a crochet, asisto a innumerables celebraciones y participo en la cantata de la iglesia, pero no pienso en Cristo, olvido lo principal.
El amor deja de cocinar para abrazar a un hijo. El amor deja de lado la decoración para besar al esposo. El amor es bondadoso, aunque esté abrumado y cansado. El amor no envidia la casa del vecino o pariente donde se sirve la cena navideña en platos de porcelana fina sobre manteles bordados.
El amor no grita a los niños para que dejen de estorbar; más bien agradece que estén ahí, por más que impidan el paso. El amor no da solo a quienes tienen medios para devolver el favor, sino que se alegra de ser generoso con los desfavorecidos.
El amor todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera y todo lo soporta. El amor nunca decae. Los teléfonos inteligentes se rompen, los juguetes se olvidan, las bufandas y sombreros se pierden, la nueva computadora quedará desfasada; pero el don del amor perdurará.
Regala tus risas.
Regala comprensión
que dura largo tiempo.
Regala una canción.
Di: «¡Jesús lo entiende!»
a un sombrío vecino.
Envía, aunque esté lejos,
una carta a un amigo.
Lava tú los platos.
Regala unas flores
con un libro que prestes.
Haz muchos favores.
Siembra alegría.
Desempolva el cuarto.
¡Ofrece una oración
al que está triste y harto!
Da de lo que tienes.
Regala esperanza.
Haz crecer la fe
del que a tientas avanza
despacio entre las sombras.
Conforta tú a la gente
que anda perdida y sola.
Entrégate SIEMPRE.
Margaret Sangster (1838–1912)
Si arreglo el árbol con ángeles resplandecientes y copos de nieve tejidos a crochet, asisto a innumerables celebraciones y participo en la cantata de la iglesia, pero no pienso en Cristo, olvido lo principal.
El amor deja de cocinar para abrazar a un hijo. El amor deja de lado la decoración para besar al esposo. El amor es bondadoso, aunque esté abrumado y cansado. El amor no envidia la casa del vecino o pariente donde se sirve la cena navideña en platos de porcelana fina sobre manteles bordados.
El amor no grita a los niños para que dejen de estorbar; más bien agradece que estén ahí, por más que impidan el paso. El amor no da solo a quienes tienen medios para devolver el favor, sino que se alegra de ser generoso con los desfavorecidos.
El amor todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera y todo lo soporta. El amor nunca decae. Los teléfonos inteligentes se rompen, los juguetes se olvidan, las bufandas y sombreros se pierden, la nueva computadora quedará desfasada; pero el don del amor perdurará.
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Compartir, conversar, contar historias, hacer un repaso de las
experiencias del año que está terminando y, lo más importante, recordar
el origen de esta fiesta son parte de las cosas que un abuelo puede regalar.
Con los años lo que los niños recordarán no serán los regalos, sino el
cariño, la emoción y el espíritu con que vivieron esta celebración. Cristián M. GonzálezRegala tus risas.
Regala comprensión
que dura largo tiempo.
Regala una canción.
Di: «¡Jesús lo entiende!»
a un sombrío vecino.
Envía, aunque esté lejos,
una carta a un amigo.
Lava tú los platos.
Regala unas flores
con un libro que prestes.
Haz muchos favores.
Siembra alegría.
Desempolva el cuarto.
¡Ofrece una oración
al que está triste y harto!
Da de lo que tienes.
Regala esperanza.
Haz crecer la fe
del que a tientas avanza
despacio entre las sombras.
Conforta tú a la gente
que anda perdida y sola.
Entrégate SIEMPRE.
Margaret Sangster (1838–1912)
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