Recopilación
Sobrelleven los unos las cargas de los otros, y cumplan así la ley de Cristo. Gálatas 6:2[1]
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Un hombre que descendía de Jerusalén a Jericó cayó en manos de ladrones, los cuales lo despojaron, lo hirieron y se fueron dejándolo medio muerto.
Aconteció que descendió un sacerdote por aquel camino, y al verlo pasó de largo. Asimismo un levita [asistente del Templo], llegando cerca de aquel lugar, al verlo pasó de largo.
Pero un samaritano [mestizo al que los judíos ortodoxos puros despreciaban y cuyo trato evitaban] que iba de camino, vino cerca de él y, al verlo, fue movido a misericordia. Acercándose, vendó sus heridas echándoles aceite y vino, lo puso en su cabalgadura, lo llevó al mesón y cuidó de él.
Otro día, al partir, sacó dos denarios, los dio al mesonero y le dijo: «Cuídamelo, y todo lo que gastes de más yo te lo pagaré cuando regrese».
¿Quién, pues, de estos tres te parece que fue el prójimo del que cayó en manos de los ladrones? Jesús, Lucas 10:30-36 (RVR1995)
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Con la parábola del buen samaritano Jesús enseñó que nuestro prójimo es toda persona que necesite nuestra ayuda, sea cual sea su raza, el color de su piel, su religión, su nacionalidad, su condición social o su lugar de residencia. Si tenemos amor, no pasaremos de largo al ver la necesidad de alguien; haremos algo, como hizo el samaritano. He ahí la diferencia entre la lástima y la compasión: la lástima es un sentimiento de tristeza por las penurias ajenas; la compasión nos impulsa a traducir nuestra condolencia en hechos y no quedarnos en meras palabras. El amor consiste en establecer un vínculo entre Dios y alguien que necesita Su amor. Ese vínculo se forja manifestando a los demás amor divino, por medio de acciones concretas. «El amor de Cristo nos apremia»[2].
El amor constituye la mayor de las necesidades del hombre y es, por ende, el mayor servicio que puede rendírsele. El amor es espiritual, pero se manifiesta físicamente. Cobra vida cuando uno lo pone en acción. […] Prefiere la felicidad ajena a la propia. Se sacrifica para ayudar al prójimo. El amor es valeroso, supone abnegación. El amor nunca se pierde; tarde o temprano, siempre surte efecto. David Brandt Berg
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La Biblia dice que sobrellevemos los unos las cargas de los otros. Es una enseñanza acerca del dolor; una enseñanza en la que todos podemos estar de acuerdo. Algunos de nosotros no vemos el dolor como un regalo. Otros, siempre acusarán a Dios de ser injusto al permitir el dolor. Sin embargo, el hecho es que el dolor y el sufrimiento están aquí entre nosotros y necesitamos responder de algún modo. La respuesta de Jesús fue sobrellevar las cargas de aquellos con los que tuvo contacto. A fin de vivir en el mundo como Su cuerpo, Su encarnación emocional, debemos seguir Su ejemplo. La imagen del cuerpo representa con exactitud la manera en que Dios obra en el mundo. A veces entra, ocasionalmente, al hacer milagros; y a menudo, al dar fuerzas sobrenaturales a quienes tienen necesidad. Sin embargo, principalmente contará con que nosotros, Sus agentes, hagamos Su trabajo en el mundo. Se nos pide que en el mundo hagamos realidad la vida de Cristo, no que solo hagamos referencia a ella o la describamos. Anunciamos Su mensaje, trabajamos por la justicia, oramos por misericordia… y sufrimos con los que sufren. Philip Yancey[3]
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Unos de los bellos aspectos del evangelio cristiano es que en realidad no tenemos que vivir para nosotros mismos a fin de encontrar una buena vida. En realidad, lo contrario es cierto: los que buscan salvar su vida la perderán. Jesús ofreció un plan diferente como alguien que vino a servir. Cuando el apóstol Pablo animó a los cristianos filipenses a no limitarse a buscar sus propios intereses, sino a tener presente también los intereses de los demás, miró la vida de Jesús. […] ¿Qué tan diferente se vería el mundo si a diario pensáramos en las necesidades de otra persona, aunque fuera una sola vez al día? Margaret Manning
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Joni Eareckson Tada es la presidenta de JET Ministries, un apostolado que busca servir a los discapacitados. Ella es tetrapléjica. Hace unos años, Joni era una espectadora en las Olimpiadas Especiales de Los Ángeles. Ken, su marido, era el coordinador de las pruebas de atletismo. Joni estaba entre el numeroso público que veía a los participantes preparándose para la carrera de 50 metros.
Se disparó el arma que marcaba el inicio de la carrera. A medida que los corredores se apresuraban a llegar a la meta, un chico salió de la pista y empezó a correr hacia sus amigos que estaban de pie en la zona interior del circuito de carreras. Ken hizo sonar el silbato en un intento, sin éxito, de hacer que el chico volviera a la pista.
Otro de los participantes lo notó. Era una chica con síndrome de Down y anteojos muy gruesos. Se detuvo un poco antes de la línea de llegada y llamó al chico: «Detente. Vuelve. Este es el camino». Al escuchar la voz de su amiga, el chico se detuvo a mirar. Ella lo llamaba: «Vuelve. Este es el camino». El chico se quedó de pie, confundido. Su amiga, al darse cuenta de que estaba confundido, dejó la pista y corrió hacia él. Puso los brazos alrededor de él y juntos corrieron de vuelta a la pista y terminaron la carrera. Fueron los últimos en cruzar la meta, pero fueron recibidos con abrazos de sus compañeros competidores y el público se puso de pie para aplaudir.
Ese día, la chica con síndrome de Down y gruesos anteojos enseñó a todos los presentes algo importante: hacer una pausa en las metas personales a fin de ayudar a que otros encuentren su camino. Ken, reflexionando más tarde acerca de ese episodio, recordó unos versículos de Romanos 15:
«Así que, los que somos fuertes debemos soportar las flaquezas de los débiles, en vez de hacer lo que nos agrada. Cada uno de nosotros debe agradar a su prójimo en lo que es bueno, con el fin de edificarlo. Que el Dios de la paciencia y de la consolación les conceda a ustedes un mismo sentir, según Cristo Jesús» (Romanos 15:1,2,5 RVC). Anónimo[4]
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Así lo ordenó Dios, para que aprendamos a llevar las cargas los unos de los otros. Porque no hay nadie sin defecto, nadie sin carga, nadie se basta a sí mismo, ninguno es cumplidamente sabio para sí. Por lo tanto, debemos apoyarnos, consolarnos, ayudarnos, instruirnos y aconsejarnos unos a otros. Tomás de Kempis
Publicado en Áncora en agosto de 2017.