martes, 31 de marzo de 2015

Rafael Nadal

RAFAEL NADAL
La primera vez que oí esa frase me acordé de algo que acababa de leer sobre un joven tremendamente dotado para el deporte. Con apenas diecinueve años, Rafael Nadal ya aspiraba a ser campeón mundial de tenis. Corría el año 2005 y, habiendo ganado su primer Grand Slam ese año y alcanzado el puesto nº 2 en el ranking de la ATP, parecía listo para encumbrarse aún más en la escala del éxito. 
Sin embargo, al cabo de varias semanas de molestias en el pie izquierdo, los médicos descubrieron que había nacido con una enfermedad poco común que le causaba hinchazón en el pie y con frecuencia le producía dolores intensos. Aquello amenazaba con truncar su carrera de un día para otro.
Ese inesperado contratiempo destrozó las aspiraciones juveniles de Rafa. Sin poder caminar —y mucho menos jugar al tenis— se sumió en una sombría espiral de depresión. Se pasaba horas echado en un sofá con la mirada perdida, o sentado en el baño llorando. Más tarde comentaría: «No me reía, no sonreía, no quería hablar. Había perdido todo apetito por la vida».
En ese momento tuvo que tomar una decisión trascendental: o se daba por vencido o seguía adelante. Si optaba por la vía fácil, se perdería  las recompensas que podía depararle la senda de las dificultades. Decidió persistir y concentrarse en la victoria, por más que se veía y sentía derrotado. No fue una decisión fácil: sufrió más lesiones, y el pie continuó molestándolo. A pesar de todo, su determinación rindió fruto: tres años más tarde llegó a ser el número uno del tenis mundial.
Hay momentos en que la vida nos asesta un golpe duro. Nuestros sueños se ven truncados, perdemos las esperanzas y nos sumimos en la desesperación. No obstante, aunque parezca que todas las circunstancias apuntan al fracaso, podemos optar por vivir victoriosamente y empeñarnos en aguantar un día más, una hora más, un minuto más. Podemos atrevernos a hacer otro intento, así tengamos miedo de fallar. Podemos tomar la decisión de amar una vez más aunque nos hayan lastimado, y de ser generosos aunque nos hayan engañado. Un día también nosotros emergeremos de la oscuridad de la noche para disfrutar de un esplendoroso amanecer.

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