RAFAEL NADAL
La
primera vez que oí esa frase me acordé de algo que acababa de leer sobre un
joven tremendamente dotado para el deporte. Con apenas diecinueve años, Rafael
Nadal ya aspiraba a ser campeón mundial de tenis. Corría el año 2005 y,
habiendo ganado su primer Grand Slam ese año y alcanzado el puesto nº 2 en el
ranking de la ATP, parecía listo para encumbrarse aún más en la escala del
éxito.
Sin
embargo, al cabo de varias semanas de molestias en el pie izquierdo, los médicos
descubrieron que había nacido con una enfermedad poco común que le causaba
hinchazón en el pie y con frecuencia le producía dolores intensos. Aquello
amenazaba con truncar su carrera de un día para otro.
Ese
inesperado contratiempo destrozó las aspiraciones juveniles de Rafa. Sin poder
caminar —y mucho menos jugar al tenis— se sumió en una sombría espiral de
depresión. Se pasaba horas echado en un sofá con la mirada perdida, o sentado
en el baño llorando. Más tarde comentaría: «No me reía, no sonreía, no quería
hablar. Había perdido todo apetito por la vida».
En
ese momento tuvo que tomar una decisión trascendental: o se daba por vencido o
seguía adelante. Si optaba por la vía fácil, se perdería las recompensas
que podía depararle la senda de las dificultades. Decidió persistir y
concentrarse en la victoria, por más que se veía y sentía derrotado. No fue una
decisión fácil: sufrió más lesiones, y el pie continuó molestándolo. A pesar de
todo, su determinación rindió fruto: tres años más tarde llegó a ser el número
uno del tenis mundial.
Hay
momentos en que la vida nos asesta un golpe duro. Nuestros sueños se ven
truncados, perdemos las esperanzas y nos sumimos en la desesperación. No
obstante, aunque parezca que todas las circunstancias apuntan al fracaso,
podemos optar por vivir victoriosamente y empeñarnos en aguantar un día más,
una hora más, un minuto más. Podemos atrevernos a hacer otro intento, así
tengamos miedo de fallar. Podemos tomar la decisión de amar una vez más aunque
nos hayan lastimado, y de ser generosos aunque nos hayan engañado. Un día
también nosotros emergeremos de la oscuridad de la noche para disfrutar de un
esplendoroso amanecer.
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