somos vencedores
Tendemos a admirar a las personas que se superan, que vencen sus miedos
y salen ondeando la bandera del triunfo luego de una dura lid. De ahí
que nos inspiren los ejemplos de Nairo Quintana, joven ciclista de
extracción humilde que con fe y esfuerzo fue el primer latinoamericano
en ganar el Giro de Italia; el equipo de fútbol de Costa Rica, que
sorprendió derribando a gigantes en el último mundial; Malala Yousafzai,
la joven paquistaní que con lacerante sufrimiento y valentía ha
defendido el derecho a la educación de las niñas de su país. ¡Y cuántos
más!
Decía Platón que la conquista propia es la mayor de las victorias,
pensamiento que también recoge el refrán: «Quien a sí mismo vence, ese
es el más valiente». La actitud, cómo no, puede más que la vicisitud.
Funciona también al revés. Muchas veces los deportistas atribuyen sus derrotas no a los méritos de sus rivales sino a sus propias carencias. Se ha dicho sabiamente que cada uno es su propio peor enemigo. El apóstol Pablo llegó a afirmar: «Realmente no acabo de entender lo que me pasa ya que no hago lo que de veras deseo, sino lo que detesto. Y es que, estando a mi alcance querer lo bueno, me resulta imposible realizarlo»1.
¿Qué hacer entonces? ¿Cómo vencer a ese enemigo íntimo que más que ninguno nos impide alcanzar el triunfo? La Biblia aporta la clave: «Nuestra victoria es absoluta por medio de Cristo»2. Él nos da la gracia celestial y también las herramientas terrenales para lograrlo.
Claro que lo que entiende Dios por triunfo es muy distinto de lo que promueve la sociedad en general hoy en día. Él mide los triunfos por patrones muy diferentes. En el juego de la vida nos anotamos puntos cuando dejamos que Jesús se exprese por medio de nuestras acciones y palabras, cuando nos conducimos con integridad y compromiso y manifestamos amor a las personas que providencialmente vamos encontrando en nuestro camino.
Lo principal es que a los ojos de nuestro amoroso Padre ya somos vencedores, por más que no nos lo parezca: «Ustedes, mis queridos hijos, pertenecen a Dios. Ya lograron la victoria»3.
¡Nos vemos en el podio!
Funciona también al revés. Muchas veces los deportistas atribuyen sus derrotas no a los méritos de sus rivales sino a sus propias carencias. Se ha dicho sabiamente que cada uno es su propio peor enemigo. El apóstol Pablo llegó a afirmar: «Realmente no acabo de entender lo que me pasa ya que no hago lo que de veras deseo, sino lo que detesto. Y es que, estando a mi alcance querer lo bueno, me resulta imposible realizarlo»1.
¿Qué hacer entonces? ¿Cómo vencer a ese enemigo íntimo que más que ninguno nos impide alcanzar el triunfo? La Biblia aporta la clave: «Nuestra victoria es absoluta por medio de Cristo»2. Él nos da la gracia celestial y también las herramientas terrenales para lograrlo.
Claro que lo que entiende Dios por triunfo es muy distinto de lo que promueve la sociedad en general hoy en día. Él mide los triunfos por patrones muy diferentes. En el juego de la vida nos anotamos puntos cuando dejamos que Jesús se exprese por medio de nuestras acciones y palabras, cuando nos conducimos con integridad y compromiso y manifestamos amor a las personas que providencialmente vamos encontrando en nuestro camino.
Lo principal es que a los ojos de nuestro amoroso Padre ya somos vencedores, por más que no nos lo parezca: «Ustedes, mis queridos hijos, pertenecen a Dios. Ya lograron la victoria»3.
¡Nos vemos en el podio!
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