martes, 28 de julio de 2015

EL VALOR DE LO HUMANO

Peter A.

Aunque Dios nos creó junto con todo lo demás, al hacernos a Su imagen nos hizo diferentes de las demás criaturas. Nos creó como seres únicos y nos infundió el aliento de vida.

Somos seres personales creados por Dios con la capacidad de establecer una relación con Él y con otros seres humanos. Al dotarnos de cuerpo y espíritu, nos hizo a la vez seres físicos y espirituales. Y aunque todos los humanos hemos pecado contra Él, nos ama tanto que dispuso de un medio para que la humanidad se reconciliara con Él gracias a la vida, muerte y resurrección de Su Hijo, Jesús.

Dios ama a las criaturas hechas a Su imagen; nos valora. Dado que Dios valora a los humanos, cada uno de ellos tiene un valor intrínseco, esencial. Eso debería motivarnos a estimar a cada ser humano. Todos los humanos —independientemente de su sexo, raza, color de tez o credo— fueron creados iguales. Cada persona lleva en sí la impronta de Dios y debe ser respetada y tratada en consecuencia. Ni la posición social ni la situación económica menoscaban el valor intrínseco de una persona.

Los recién nacidos, los niños, los ancianos, los enfermos, los discapacitados, los nonatos, los hambrientos, las viudas, los presidiarios, aquellos con quienes no coincidimos, aun nuestros enemigos —en resumidas cuentas, todos los seres humanos, cualquiera que sea su condición, circunstancias o creencia religiosa— se dignifican por ser portadores de la imagen de Dios y por tanto merecen la misma honra y respeto de parte de los demás seres humanos. Ver a los demás como portadores de la imagen divina debe librarnos de todo prejuicio racial, religioso o de cualquier otra índole. Debe motivarnos como individuos a ver y tratar a los demás con respeto, cualesquiera que sean nuestras diferencias.
 

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