EL VALOR DE LO HUMANO
Peter A.
Aunque Dios nos creó junto con todo lo
demás, al hacernos a Su imagen nos hizo diferentes de las demás criaturas. Nos
creó como seres únicos y nos infundió el aliento de vida.
Somos seres personales creados por Dios
con la capacidad de establecer una relación con Él y con otros seres humanos.
Al dotarnos de cuerpo y espíritu, nos hizo a la vez seres físicos y
espirituales. Y aunque todos los humanos hemos pecado contra Él, nos ama tanto
que dispuso de un medio para que la humanidad se reconciliara con Él gracias a
la vida, muerte y resurrección de Su Hijo, Jesús.
Dios ama a las criaturas hechas a Su
imagen; nos valora. Dado que Dios valora a los humanos, cada uno de ellos tiene
un valor intrínseco, esencial. Eso debería motivarnos a estimar a cada ser
humano. Todos los humanos —independientemente de su sexo, raza, color de tez o
credo— fueron creados iguales. Cada persona lleva en sí la impronta de Dios y
debe ser respetada y tratada en consecuencia. Ni la posición social ni la
situación económica menoscaban el valor intrínseco de una persona.
Los recién nacidos, los niños, los
ancianos, los enfermos, los discapacitados, los nonatos, los hambrientos, las
viudas, los presidiarios, aquellos con quienes no coincidimos, aun nuestros
enemigos —en resumidas cuentas, todos los seres humanos, cualquiera que sea su
condición, circunstancias o creencia religiosa— se dignifican por ser
portadores de la imagen de Dios y por tanto merecen la misma honra y respeto de
parte de los demás seres humanos. Ver a los demás como portadores de la imagen
divina debe librarnos de todo prejuicio racial, religioso o de cualquier otra
índole. Debe motivarnos como individuos a ver y tratar a los demás con respeto,
cualesquiera que sean nuestras diferencias.
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