AMÉMONOS MÁS UNOS A OTROS
María Fontaine
Al ser amorosos, generosos y abnegados, no solo permitimos que Dios se valga de nosotros para ayudar a los demás, sino que posibilitamos que nos conceda múltiples bendiciones, pues Él favorece a los desinteresados y altruistas. Dios bendice a quienes se entregan a los demás, y en cambio priva de algunas bendiciones a quienes siempre piensan primero en sí mismos e insisten en obrar a su antojo.
«Hay quienes reparten, y les es añadido más; y hay quienes retienen más de lo que es justo, pero vienen a pobreza. El alma generosa será prosperada; y el que saciare, él también será saciado.»
El amor humano tiene sus limitaciones. Para desarrollar todo nuestro potencial y lograr todo lo que somos capaces de hacer, debemos estar llenos del amor de Dios. Él puede llenar nuestro corazón con más amor del que cabe imaginar siquiera, si solo creemos, lo recibimos y accedemos a ponerlo por obra.
Dejemos, pues, que el amor de Jesús reluzca a través de nosotros. Amémonos más unos a otros. Hagamos con los demás lo mismo que nos gustaría que hicieran con nosotros. Manifestemos el amor del Señor demostrando mayor perdón, comprensión y apoyo, mejorando la comunicación con los demás y realizando actos cotidianos de amor y desvelo.
Dediquemos tiempo y prestemos oído a quienes lo necesitan. Abramos nuestro corazón a los demás. Seamos prontos para perdonar y olvidar. Hagamos todo lo que esté a nuestro alcance por cuidar de nuestros hermanos. Prestémonos a ser el puntal o paño de lágrimas de alguna persona. No nos apresuremos a sacar conclusiones o a juzgar infundadamente. Concedamos más bien a los demás un margen de confianza. Procuremos de todo corazón dar buen ejemplo de amor incondicional. Sobrellevemos los unos las cargas de los otros y cumplamos así la suprema ley de Dios: el amor.
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