NO HAY MAL QUE POR BIEN NO VENGA
Gabriel García Valdivieso
Hace poco leí un artículo en que se explicaba que la vida no es —como muchos pensamos— una serie de altibajos, una alternancia de momentos culminantes en que uno se siente en la gloria, y profundas depresiones y hondonadas en que nos sumimos en el abatimiento o a lo menos en el aburrimiento y el esplín de la normalidad. La cosa no es tan extrema. Según Rick Warren, la vida es más bien como los dos rieles de una vía férrea: uno representa las cosas buenas; y el otro, las malas. Es decir, nuestra existencia discurre paralelamente sobre el riel de la fortuna y el de la adversidad. Eso para mí tiene mucho sentido.
Casi todos los días vivimos momentos gratos y nos ocurren incidentes desagradables, disfrutamos de experiencias dichosas y pasamos por trances tristes. Es ahí donde entran en juego la gratitud y el optimismo. No hay mejor táctica para deslizarnos felizmente por el carril de la vida que dar gracias a Dios por todo, lo bueno y lo malo, las alegrías y los disgustos, y confiar en que a la larga todo revés, todo infortunio, redundará de algún modo en nuestro bien. Lo dije hace años en este poema, que hoy les dedico cariñosamente:
Que los hombres agradezcan
es lo más hermoso que hay.
No hay vista más pintoresca
que un «a Dios gracias», ¡caray!
Si a Dios no damos las gracias
por todo bien que nos es dado,
la Providencia será reacia
a darnos otro puñado.
Deja de lado las quejas
por algún que otro contratiempo.
¿Por qué no más bien festejas
que es poco tu sufrimiento!
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