martes, 12 de enero de 2016

Dios con nosotros

Algunas personas no alcanzan a comprender cómo es que Dios bajó del Cielo y se encarnó; pero así fue. A mí no me resulta extraño. Es más, no me cuesta creerlo porque todos los días veo nacer a Jesús en el corazón de las personas. Él viene a morar en nosotros y transforma nuestra vida. Eso para mí es un gran milagro.
La Palabra de Dios dice que uno de los apelativos de Jesús es Admirable. «Un niño nos es nacido, Hijo nos es dado, y el principado sobre Su hombro; y se llamará Su nombre Admirable, Consejero, Dios Fuerte, Padre Eterno, Príncipe de Paz»1.
A lo largo de Su vida fue una persona admirable, porque iba por todos lados haciendo el bien y sanando a los oprimidos2. Fue admirable también en Su muerte, toda vez que se entregó por nosotros para que alcanzáramos la vida eterna3. Admirable fue además Su resurrección, ya que se levantó de los muertos para que nosotros también pudiéramos vencer la muerte4. Por último, es asimismo admirable ahora en Su vida después de la muerte, pues vive para interceder por nosotros5.
Sin embargo, no basta con que Cristo, el Rey de reyes, naciera en Belén bajo aquella estrella que pregonó Su venida; Él debe nacer en nuestro corazón.
Tal vez hayas visto el famoso cuadro de William Holman Hunt en el que está Jesús de pie ante una puerta cerrada, portando un farol. Dicen que poco después que el pintor concluyera la que a la postre fue su obra más renombrada, alguien se acercó a él y le comentó que había cometido un error: la puerta no tenía manija.
—No fue un error —replicó Hunt—. Es la puerta de un corazón, y no puede abrirse sino desde dentro.
Jesús, el Salvador, no puede traspasar una puerta a menos que se la abran desde dentro. La Palabra de Dios dice: «A quienes lo recibieron y creyeron en Él, les concedió el privilegio de llegar a ser hijos de Dios»6. Acógelo en tu corazón. Cambiará tu vida.

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