Cuando era niña, mi padre se asoció a un club de andinismo en el que
personas de todo Río de Janeiro se reunían los domingos para escalar.
Cuando ya se aprendió las principales rutas, comenzó a llevar a sus
hijos y a otros jóvenes del vecindario a la cima de muchos cerros de la
zona. En aquella época me fui dando cuenta de que la vida es como una
serie de montañas y que hay que aplicar una táctica distinta para
conquistar cada una.
Mi hijo menor, Mat, sufre de déficit atencional. Es hiperactivo y tiene
dificultad para concentrarse. Le cuesta aprender las conductas que se
esperan de él y entender las reglas. Por otro lado, es muy compasivo y
se lleva sorprendentemente bien con los animales y los niños pequeños.Siempre pensé que si tenía un hijo minusválido o con problemas de aprendizaje me descorazonaría o me enojaría con Dios. Sin embargo, mi primera reacción al conocer el diagnóstico fue de profundo amor y compasión. Estreché a Mat en mis brazos y pensé: «Esta es la siguiente montaña y la escalaremos juntos». Además tuve la bendición de contar con mucho apoyo de amigos que me ayudaron a investigar sobre ese trastorno.
Con el paso de los años he tenido mis momentos de dudas y de cuestionamientos: «¿Por qué nos pasó a nosotros?» Con todo, Dios siempre se las ha arreglado para reconfortarme y asegurarme que Él siente un amor excepcional por Mat. Con frecuencia ha recibido atenciones especiales, como en una ocasión en que tomamos un avión para ir a visitar a mi hija mayor y a su familia en Chile, y Mat trabó amistad con la tripulación de cabina y los pilotos. Como el embarque se retrasó, pudo charlar con ellos largo rato en su castellano rudimentario y quedó fascinado cuando el comandante más tarde mencionó su nombre al hacer los anuncios y lo invitó a visitar la cabina de mando.
Temprano por la mañana el avión pasó junto al Aconcagua (cumbre de 6.961 metros). Era la primera vez que yo veía una montaña tan alta que hasta los aviones tienen que pasar por el lado. Es una cumbre majestuosa con cientos de montañas más bajas a su alrededor. Esa mañana todos los picos estaban cubiertos de nieve que resplandecía con los primeros rayos dorados del sol.
La vida puede ser igual de hermosa que los Andes al amanecer, aunque en ella abunden los cerros altos. Hasta el momento mi hijo Mat ha sido mi aconcagua. Aunque me ha costado, estoy fascinada con cada instante de nuestro ascenso hacia la cumbre.
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