jueves, 2 de abril de 2015

Haz el bien sin mirar a quien



A través de Rochester, en Nueva York, corre el río Genessee, entre
riberas abruptas y serpenteantes. Una vez, un habitante de la ciudad
acababa de regresar en tren de un largo viaje. Se sentía ansioso por
llegar a casa y ver a su esposa e hijos. Caminaba rápidamente por las
calles, con la luminosa imagen del hogar en la mente, cuando acertó a
pasar por un recodo del río donde se había formado un grupo de personas,
al parecer muy angustiadas.
—¿Qué sucede? —gritó. Le contestaron:
—¡Ha caído un niño al agua!
—¿Y por qué no lo rescatan? —preguntó el hombre.
Sin dudarlo un momento, dejó su equipaje, se despojó de su abrigo y se
lanzó a las aguas turbulentas. Tomó al muchacho en sus brazos y luchó
contra la corriente hasta llevarlo a la orilla. Allí, mientras se
quitaba el agua del rostro y se alisaba los cabellos, exclamó de pronto:
—¡Por todos los cielos, es mi hijo!
     Se había arrojado al agua para salvar al hijo de otra persona, y
había rescatado a su propio hijo.

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