viernes, 20 de febrero de 2015

No tengas ídolos

Cuando oímos hablar de un ídolo, a menudo pensamos en estatuas y objetos que nos recuerden aquello que adoraban los paganos de las culturas antiguas. Sin embargo, en muchos casos, los ídolos del siglo XXI no se parecen a los objetos de hace miles de años. En la actualidad hemos reemplazado «el becerro de oro» por un impulso insaciable de escalar posiciones hasta llegar a la cúspide de una empresa o por miles de otras búsquedas apasionadas. Y, lamentablemente, quienes persiguen con empuje esos sueños y objetivos y dejan excluido a Dios, en muchos casos son admirados por su individualismo y empuje. Al final, sin embargo, no importa qué placer vacío perseguimos o ante qué o  quién nos inclinamos, el resultado es el mismo: separación del Dios verdadero.
Entender cuáles son los ídolos contemporáneos nos ayuda a comprender por qué los ídolos son una gran tentación. Un ídolo puede ser lo que sea que pongamos delante de Dios en nuestra vida, lo que sea que tire de nuestro corazón más que Dios, como por ejemplo las posesiones, las profesiones, las relaciones, los pasatiempos, los deportes, el entretenimiento, las metas, la codicia, las adicciones a las bebidas alcohólicas/las drogas/las apuestas/la pornografía, etc. Muchas de las cosas que idolatramos pueden ser muy buenas, como por ejemplo las relaciones o las carreras profesionales. Sin embargo, las Escrituras nos dicen que lo que sea que hagamos lo hagamos todo para la gloria de Dios[3], y que solo sirvamos a Dios[4]. Por desgracia, a menudo Dios no se encuentra en ningún lado, mientras con entusiasmo vamos en busca de nuestros ídolos. O peor todavía, en muchos casos, dedicamos bastante tiempo a esa búsqueda idólatra y eso nos deja poco o nada de tiempo para el Señor.
[…] Las alegrías de este mundo que con frecuencia buscamos jamás satisfarán el corazón humano. Como Salomón expresa de manera excelente en el libro de Eclesiastés, la vida es en vano si no se tiene una buena relación con Dios. Fuimos creados a imagen de Dios[5] y diseñados para adorarlo y glorificarlo, pues solamente Él es digno de nuestra adoración. Dios ha puesto «eternidad en el corazón del hombre»[6] y tener una relación con Jesucristo es la única manera de cumplir ese anhelo de vida eterna.  S. Michael Houdmann[7]
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¿A cuántos les ha sido fácil aceptar que sus ídolos sean destruidos? Si a ti te ha resultado fácil, ¡eres excepcional! A la mayoría le cuesta bastante. Tenemos la tentación de decir: «Señor, ¿podríamos quedarnos únicamente con este ídolo pequeño? Lo he adorado muchos años, le tenía un gran aprecio y pensé que era excelente. Ahora que sé que no es así, ¿podría guardarlo en algún rinconcito de la casa? Al fin y al cabo, me costó un montón de dinero y le dediqué mucho tiempo. Aunque de poco sirva, si no es útil y ya no puedo seguir adorándolo, ¿por lo menos podría guardarlo en algún sitio?»
¿Verdad que eso pasa con un montón de cosas? ¿No te has sentido así? Como si dijeras: «Señor, ¿para qué voy a renunciar a esto? No es tan malo, antes estaba bastante bien. Me parecía excelente. Quizás no sea útil, ¡pero por lo menos no es dañino! ¿Podría por lo menos dejarlo guardado en algún rincón?»
Luego, ¡zas! Así, nada más. Llega Dios, hace pedazos el ídolo y dice: «No tengas otros dioses además de Mí»[8]. Lo que no está del todo bien no está bien. Y cuando te das cuenta de que algo no es del todo cierto y el ídolo se hace trizas, duele. Y no es fácil aceptarlo.
En la Biblia se habla de quienes destruyeron  ídolos, y de los reyes que dijeron que tendrían un reavivamiento religioso y que volverían al Señor, pero no destruyeron los ídolos, ni derribaron los altares y dejaron las imágenes… Eso no le agradó al Señor. A pesar de que tuvieron un reavivamiento religioso y volvieron a adorar al Dios verdadero, no se pusieron a destruir ídolos. No se cortaron la retirada. No desengancharon el arado de los bueyes para sacrificar a estos encima.
Como el relato del águila que había estado largo tiempo encadenada a una estaca en medio de un patio. Había abierto un surco en el suelo de tanto dar vueltas y más vueltas. Cuando el águila estaba poniéndose vieja al dueño le dio lástima y pensó: «La voy a soltar. La dejaré en libertad». Entonces, le quitó la anilla metálica de la pata, la levantó y la lanzó al aire. ¿Qué creen que sucedió? El águila apenas podía volar. Dio unos cuantos aletazos, cayó de nuevo al suelo, caminó de nuevo hasta su viejo surco y comenzó a dar vueltas. Sin la cadena. Sin el aro. Solo por la fuerza de la costumbre.

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