miércoles, 9 de septiembre de 2015

Borrón y cuenta nueva

La pasada Semana Santa andaba decepcionado conmigo mismo. Me quedaba grande el mandamiento bíblico de amar al prójimo como a mí mismo y llevar una vida desinteresada. Simplemente no daba la talla. Me parecía que mis intereses se enfocaban más en lo material, y me propuse a toda costa mejorar.
Tuve entonces una curiosa experiencia mientras regresaba a casa en un autobús del malhadado sistema de transportes de la ciudad, que iba atestado de gente a la hora punta. Cuando mi esposa y yo subimos al vehículo, dos muchachos nos ofrecieron amablemente sus puestos. Sally, que iba muy cansada, aceptó; pero yo no.
—Gracias —le dije a uno de ellos—. Quédate tranquilo. Te veo más agotado que yo.
Un poco pagado de mí mismo me felicité por mi buena obra. Rumié mi acierto unos minutos hasta que una chica sentada a mi lado me dio un toquecito en el brazo y algo irritada me dijo:
—Caballero, hace rato que me está golpeando con su maletín. ¿Podría sujetarlo mejor?
¡Y yo que pensaba que tenía buenos modales! Le ofrecí disculpas, pero me sentí pésimo. Pablo debía de sentirse igual cuando afirmó: «Quisiera hacer el bien que deseo y, sin embargo, hago el mal que detesto»1.
Se acercaba la Pascua de Resurrección y, mientras preparaba el tema que quería desarrollar con nuestro grupo de estudio bíblico, caí en la cuenta de lo paradójico que era abrigar sentimientos de condenación por mis imperfecciones ¡cuando todo el propósito de la muerte de Jesús en la cruz fue salvarnos de nuestros pecados y defectos, y potenciarnos para amar a Dios y amarnos unos a otros!
Otro día, viendo la pasión de Cristo en la película Hijo de Dios2, de repente se me despertó de nuevo un principio que tenía dormido desde hacía años: al momento de Su muerte en la cruz, Jesús hizo con nosotros borrón y cuenta nueva3. Por primera vez en mucho tiempo vi lo inútiles que eran mis esfuerzos por cumplir un modelo de conducta inalcanzable. Clavado en la cruz, Jesús me decía: «Ya pagué por ti. Ve nomás y vive Mi nueva ley lo mejor que puedas. Te ayudaré y obraré por medio de ti».
¡Fue liberador! Con el tiempo había ido perdiendo esa sencillez y esa convicción de que es todo por gracia y no por obras, esfuerzo, aplicación o ejercicios de bondad4. Fue un bálsamo entender de nuevo que el único bueno es Dios5, y que nosotros somos Sus instrumentos imperfectos.

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