¿Alguna vez has vivido la experiencia de ir a comprar en algún
lugar donde el vendedor pareciera odiar su trabajo, odiarte a ti y odiar tener
que atenderte?
¿O has ido a un restaurante donde el camarero es tan malgeniado
que has preferido pedir algo sencillo y usar tu pañuelo antes que llamarlo para
pedirle un salero y una servilleta?
¿O puedes recordar a esos profesores que en lugar de motivar y
ayudar a sus alumnos a aprender y superarse parecían disfrutar hasta con
una risita mordaz de hacerles perder la materia?
¿O alguna vez te ha tocado un médico regañón que en lugar de
mostrar interés por tu salud pareciera ser un papá neurótico que se ha enojado
porque estás enfermo y te va a castigar?
Todas estas personas aunque sepan hacer su trabajo y cumplan con
sus deberes están dañando sus buenas obras y dejando una pésima imagen en la
gente que atienden, sencillamente porque tienen una mala actitud.
Lo mismo pasa en la vida espiritual del cristiano, podemos
obedecer a Dios, pero hacerlo por los motivos incorrectos y por ende con una
actitud incorrecta.
El resultado de ese mal proceder es que las buenas obras que
hicimos no cuentan a nuestro favor y la situación se torna peor de lo que
resultaría por no haberlas hecho.
Es por lo anterior que el apóstol Pablo expresaba en su primera
carta a los corintios en el capítulo 13 que si él fuera el “Supermán”
espiritual que habla en lenguas humanas y angélicas, que profetiza, que
entiende todos los misterios y toda la ciencia y que por ello escribe libros
maravillosos y da conferencias espectaculares, pero no tiene amor, de nada le
vale.
Y que si además tuviera tanta fe que fuera capaz de mover la
Cordillera de los Andes y echarla al mar delante de las cámaras de CNN y vender
todas sus posesiones y enviarl el dinero a los niños pobres de África, pero no
tiene amor, de nada le vale.
Y que si encima de todo ello fuere capaz de entregar su cuerpo
para que lo quemaran vivo, tal y como hacía Nerón con los cristianos donde hoy
está la catedral de San Pedro, pero no tiene amor, de nada le valdría.
¿Y por qué razón? Porque una mala actitud echó a perder todo su
lindo trabajo.
Es que desde el simple cristiano que limpia baños, hasta el pastor
que dirige un ministerio de millones de dólares y de miles de ovejas, deben
ponerse la mano en el corazón y meditar en la actitud con la que están
trabajando, porque si no están destilando amor en lo que hacen, deben hacer los
cambios necesarios de inmediato.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario