Las tribulaciones presentan una ventaja:
nos acercan a Jesús, nuestro Salvador y Amigo, y en consecuencia nos unen
también a Dios. A raíz de los desasosiegos acudimos a Sus brazos en busca de
seguridad y cobijo. Hallamos eso y mucho más. Él nos ama con un amor eterno e
inalterable. Tiene mucho que prodigarnos y quiere prestarnos Su ayuda de mil
maneras. Anhela pasar tiempo con nosotros y que vivamos muy unidos a Él,
siempre a Su lado, para instruirnos y hacernos más semejantes a Él.
Lamentablemente, la naturaleza humana es
tal que cuando todo marcha bien, no sentimos el apremio de acudir a Dios en
procura de fuerzas y auxilio. Cuando todo sale tal como queremos, en muchos
casos nos hacemos la idea errónea de que somos fuertes y autosuficientes, de
que no necesitamos al Señor. Como nuestra vida transcurre felizmente y
gozamos del éxito, nos imaginamos que no nos hace falta ayuda ni tampoco
interferencias de ninguna clase.
No nos damos cuenta de lo que nos
perdemos; pero Él sí. Sabe bien que lo necesitamos y que nos podría ofrecer una
vida mucho más rica si dependiéramos de Él.
Dios quiere enseñarnos que debemos
apoyarnos en Él y echar mano de Su fuerza, la cual es infinitamente mayor que
la nuestra. Pero ¿cómo puede otorgárnosla si no le hacemos caso o no le damos
cabida en nuestra vida?
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