Aprender sobre misericordia y gracia
Tommy Paluchowski
He llegado al punto en que ya no puedo hacer mucho solo.*
No puedo trabajar. No puedo ganar dinero. No puedo hablar. No puedo comunicarme.
No puedo satisfacer a mi esposa. Ni puedo hacer que se quede conmigo.
No puedo escribir fácilmente. Me demoro mucho tiempo en escribir una frase. Ya no puedo compartir historias porque tengo dificultad para pronunciar ciertas palabras.
Sin embargo, puedo recordar el pasado distante, y recuerdo el día de mi salvación. Pero no puedo recordar para qué vine a la cocina.
Puedo comer pero no puedo disfrutar de la comida en un restaurante. A menos que fuera aceptable comer con las manos como era el caso en África, un lugar que lamentablemente tuve que dejar.
Puedo ir a ver a un médico, pero no me puede mejorar la salud. Tampoco puedo curarme yo. No me puedo ayudar a mí mismo.
No puedo hacer nada importante. Solo puedo hacer lo indispensable, y solo puedo hacerlo lentamente y una cosa a la vez.
Nunca antes estuve en esta situación.
Tengo miedo y estoy solo. Parece que llegué al final de mi camino.
Estoy cara a cara con mis pesares. No tengo a nadie a quien culpar sino a mí mismo.
Tampoco hay nadie que me ayude.
«Te entrego todo a ti» ha cobrado un nuevo significado en mi vida.
De verdad pensé que uno de estos días muy pronto me acostaría en la cama y le diría adiós a este hermoso, pero al mismo tiempo, cruel mundo.
Y justo cuando estaba a punto de darme por vencido, alguien me sorprendió.
Sin previo aviso, una elegante silueta se apareció en mi puerta. De repente la Gracia se tornó en algo muy real para mí. Tan tangible que sentí como si estuviera físicamente presente. Bueno, casi. Aún así, puedo apostar que la vi una vez.
Por primera vez la Gracia representó más para mí que simplemente el perdón. Nunca antes me había dado cuenta de que ella tenía muchos otros dones y habilidades también.
Uno de los dones asombrosos es su habilidad para enseñarme a aceptar lo que sucede en mi vida con paz en lugar de temerosa ansiedad.
Con su presencia me empecé a sentir seguro en los malos momentos de la vida e incluso empecé a alabar a Dios por todo. Lo que más me sorprendió fue mi sinceridad al hacerlo.
Dios se había convertido en mi única solución. Sentí como si Él se hubiera entregado a sí mismo como un regalo a la medida para mí. Solo tuve que vaciar el corazón, la mente y las manos para recibirlo.
Siempre pensé que ya conocía a Gracia. Pero su sorprendente presencia generó una nueva conciencia, un nuevo descubrimiento. Ella trajo consigo sensaciones completamente nuevas. Honestamente, fue un encuentro que transformó mi vida.
«Por Su gracia» cobró sentido auténtico para mí de una nueva forma indescriptible.
Ahora me estoy volviendo adicto a ella. No me siento capaz de lograr nada si la presencia de mi nueva amiga. Algunos lo considerarán un signo de debilidad, pero creo que así debe ser.
Orar de rodillas ahora tiene sentido, mientras que antes lo consideraba demasiado piadoso. Me ayuda a mantener mi mente encauzada.
Gracia tiene una hermana. Se llama Misericordia. Creo que son gemelas, pero nunca les he preguntado.
También me viene a visitar cada día. Inmediatamente nuestra relación se tornó en amistad, y yo soy el principal beneficiado de esta relación desigual.
A veces lo único que hacemos es mirarnos a los ojos, y con eso nos comunicamos lo suficiente. Sus ojos tranquilizadores y amables me dan el consuelo que necesito.
Es vergonzoso para un hombre adulto reconocerlo, pero la actitud considerada y perdonadora de Misericordia a veces me emociona hasta las lágrimas.
Reconozco que antes de mi condición actual no tenía mucho contacto con ninguna de las dos hermanas. No pensaba mucho en ellas. Supongo que no había necesidad.
A pesar de mi actitud, ambas vinieron a ayudarme en mi debilitante estado.
Aparecieron ambas en mi espacio personal para ayudarme a solucionar los problemas que empezaron a invadir mi vida. Gracias a la intervención de ellas, mi vida dio un vuelco total. Me ayudaron a resolver el remordimiento del pasado y a deshacerme de mi desorden intelectual.
¿No lo podría haber hecho por mi cuenta? ¿No podría haber limpiado mi vida en preparación para la visita de las hermanas?
Si hubiera podido hacerlo solo, no las hubiera necesitado.
Además, nadie en su sano juicio voluntariamente limitaría su capacidad con la finalidad de cumplir con el objetivo de tocar fondo. ¿Para qué? ¿Para aprender lo significativas e indispensables que son Misericordia y Gracia? Eso sería contradictorio e ilógico.
¿Estoy contento con lo que me ha sucedido? Sorprendentemente, sí.
Gracias a Misericordia y Gracia mi perspectiva, mi actitud y mi canción han cambiado, aunque no las circunstancias.
He llegado al punto en que ya no puedo hacer mucho solo.
Nunca antes estuve en esta situación.
Pero no tengo miedo y no estoy solo. Parece que estoy llegando al final de mi camino, pero ya no me importa.
Ya no estoy cara a cara con mis pesares. No tengo necesidad de culpar a nadie.
Gracia y Misericordia vinieron a ayudarme.
«Porque cuando soy débil, entonces soy fuerte»[1].
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