“Cuando yo era niño, hablaba como niño, pensaba como niño,… mas cuando ya fui hombre dejé lo que era de niño” 1 Corintios 13:11
A nuestro nieto de cuatro años le encanta jugar con la abuela. Viene a nuestra casa una vez a la semana, y Ma-Ma (así es como él la llama) le lleva al supermercado, al jardín botánico para alimentar a los peces y las tortugas, y al metro -¡todo sin salir de la casa!. Él protege este juego de hacer las cosas de mentirillas entre Ma-Ma y él con tanto celo que un día cuando íbamos de verdad en el metro, preguntó: “¿Por qué hay otras personas en nuestro tren?”.
Jugar a las mentirillas es normal para un niño pequeño. Pero algunos mantienen este hábito aun en la vida adulta cuando van a la iglesia. Lo que hacen allí no tiene nada que ver con lo que hacen el resto de la semana. El domingo alaban a Dios efusivamente, pero el lunes se convierten en personas diferentes. Lo que expresan en su adoración no se ve en su comportamiento.
Nuestro Señor Jesucristo sabe que podemos caer en esta trampa fácilmente. Esa es la razón por la que en Su oración a Su Padre, dijo: “No ruego que los quites del mundo, sino que los guardes del mal” (Juan 17:15).
Dios nos ha puesto aquí para marcar una diferencia en nuestro mundo. Mientras nos protege de caer ante las artimañas del maligno, Él quiere que vivamos consistentemente según las mismas normas en cada aspecto de nuestras vidas -no sólo el domingo.
Algunas personas tienen el cielo en sus bocas, pero el mundo en sus corazones.
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