lunes, 4 de diciembre de 2017

El velero

“Pero confiamos, y más quisiéramos estar ausentes del cuerpo, y presentes al Señor” 2 Corintios 5:8
Doris, una anciana, se encontraba cerca de la muerte. Amaba al Señor y anhelaba estar con Él. La enfermera le dijo a su familia que probablemente Doris se aferraría a la vida hasta que pudiera ver a su hija, que estaba de camino para despedirse de ella. La enfermera dijo: “Es como si Doris estuviera con un pie aquí y el otro en el cielo. Ella quiere dar ese último paso pronto”.
Eso me recuerda la siguiente bella descripción de la muerte hecha por Henry van Dyke: “Estoy de pie junto a la orilla del mar. Un barco a mi lado extiende sus blancas velas a la brisa matutina y se hace al mar azul. Me quedo allí y lo observo hasta que, finalmente, se ve como una diminuta nube blanca, justo donde el mar y el cielo se mezclan el uno con el otro…y justo en el instante cuando alguien a mi lado dice: ‘¡Mira, se fue!’ hay otros ojos que lo ven venir, y otras voces listas a dar grito de alegría: ‘¡Ahí viene!’ Y eso es la muerte”.
Para los seres queridos de un creyente que muere son algo más consoladoras las palabras del apóstol Pablo: “Si nuestramorada terrestre, este tabernáculo, se deshiciere, tenemos de Dios un edificio, una casa no hecha de manos, eterna, en los cielos” (2 Corintios 5:1). Podemos regocijarnos en nuestro dolor sabiendo que nuestros seres queridos que han partido ahora están presentes con el Señor (v. 8).

Porque Cristo vive, la muerte no es una tragedia sino un triunfo.

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