“Pero confiamos, y más quisiéramos estar ausentes del cuerpo, y presentes al Señor” 2 Corintios 5:8
Doris, una anciana, se encontraba cerca de la muerte. Amaba al Señor y anhelaba estar con Él. La enfermera le dijo a su familia que probablemente Doris se aferraría a la vida hasta que pudiera ver a su hija, que estaba de camino para despedirse de ella. La enfermera dijo: “Es como si Doris estuviera con un pie aquí y el otro en el cielo. Ella quiere dar ese último paso pronto”.
Eso me recuerda la siguiente bella descripción de la muerte hecha por Henry van Dyke: “Estoy de pie junto a la orilla del mar. Un barco a mi lado extiende sus blancas velas a la brisa matutina y se hace al mar azul. Me quedo allí y lo observo hasta que, finalmente, se ve como una diminuta nube blanca, justo donde el mar y el cielo se mezclan el uno con el otro…y justo en el instante cuando alguien a mi lado dice: ‘¡Mira, se fue!’ hay otros ojos que lo ven venir, y otras voces listas a dar grito de alegría: ‘¡Ahí viene!’ Y eso es la muerte”.
Para los seres queridos de un creyente que muere son algo más consoladoras las palabras del apóstol Pablo: “Si nuestramorada terrestre, este tabernáculo, se deshiciere, tenemos de Dios un edificio, una casa no hecha de manos, eterna, en los cielos” (2 Corintios 5:1). Podemos regocijarnos en nuestro dolor sabiendo que nuestros seres queridos que han partido ahora están presentes con el Señor (v. 8).
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