miércoles, 13 de agosto de 2014

Ilumina


Hace más de doscientos años, en San Francisco, un hombre de edad solía
caminar en la noche por las oscuras calles de la ciudad llevando consigo
una lámpara de aceite encendida; eso hacía sobre todo cuando el cielo
estaba cubierto y la luna no daba su resplandor.
De vez en cuando se topaba con caminantes quienes, ansiosos de llegar a
casa cuanto antes después de un largo día de trabajo, agradecían la luz
que les mostraba el camino. Algunos entablaban conversación con el
bondadoso hombre y cual no sería su sorpresa al darse cuenta, que el
hombre era ciego.
—¿Pero qué hace usted, siendo ciego, con una lámpara en la mano?
Entonces, el ciego solía responder:
—Yo no llevo la lámpara para ver mi camino. Conozco las calles de
memoria. Llevo la luz para que otros encuentren su camino.

Cada uno de nosotros puede alumbrar el camino para otros, aunque uno
mismo no lo necesite.
Alumbrar el camino de los demás no siempre es tarea fácil, porque hay
quienes aman la oscuridad, pero eso no nos vale como excusa para
esconder nuestra luz.
Lamentablemente, muchas veces en vez de alumbrar oscurecemos el camino
de los demás, a través del desaliento, los chismes, la crítica, el
egoísmo, el desamor, el odio, el resentimiento y consejos poco
constructivos.
¡Qué hermoso sería si todos ilumináramos los caminos de los demás!
Llevar luz y no oscuridad. Si toda la gente encendiera una luz el mundo
entero estaría iluminado y brillaría día a día con mayor intensidad.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario