LA MANO
Una maestra de primer grado pidió a sus alumnos que hicieran un dibujo
de algo por lo que estuvieran agradecidos. Como eran niños pobres casi
seguro no iban a pintar
artículos de lujo, de los cuales sólo podían soñar,
pero difícilmente ser dueños. La tarea tenía el propósito
de motivar a los niños a que se fijaran en lo que sí tenían y no tanto en
lo que estaba fuera de su alcance. La mayoría de los alumnos se pusieron
a dibujar sus juguetes favoritos: una pelota, una muñeca, un oso; y por
supuesto hubo dibujos de frutas, tortas y otras delicias, de las
cuales disfrutaban de vez en cuando algunos de ellos.
No obstante, la profesora se sorprendió al ver el dibujo que le entregó
Douglas: una mano, dibujada infantilmente.
¿De quién era la mano? La abstracta imagen cautivó a toda la clase.
—Debe de ser la mano de Michael Jordan, el mejor jugador de basket —dijo
un niño.
—A mí me parece que es de su tío Francisco, porque es muy hábil con sus
manos, sabe arreglar de todo —dijo otro.
Cuando los demás alumnos se ocuparon en otras cosas, la maestra se
inclinó sobre el pupitre de Douglas y le preguntó de quién era la mano.
—Es la mano de usted, profesora —dijo entre dientes.
La maestra recordó que a la hora del recreo ella a menudo llevaba de la
mano a Douglas, que era un chiquillo desaliñado y triste. Solía hacer
eso con varios de los niños, pero ello había significado mucho para Douglas.
Quizás es eso lo que todos deberíamos agradecer, no las cosas materiales
que recibimos, sino la atención desinteresada que nos brindan los demás,
por pequeña que sea.
Adaptado de un texto anónimo
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