Una madre solicitó a NapoleónB el perdón de su hijo. El emperador
dijo que era el segundo delito que cometía el hombre y que la justicia
exigía su ejecución.
—No pido justicia —dijo la madre—, pido misericordia.
—Pero señora —respondió el emperador—, no merece misericordia alguna.
—Su excelencia —prosiguió la madre—, si la mereciera, no sería
misericordia, y misericodia es todo lo que pido.
—Muy bien —dijo el emperador—, tendré misericordia.
Y así se salvó la vida de su hijo.
¡Qué manera más simple y clara de dar con el significado de lo que es la
esencia de la misericordia! Como Dios nos salva por Su misericordia,
entonces no es porque la merecemos, sino porque nos ama a pesar de todo:
Somos indignos de ser llamados a formar parte de la familia de Dios, con
todo el egoísmo que brota en nuestros corazones, con tantas palabras
hirientes que pronunciamos, y tantos actos desamorados que cometemos;
pero aun con todo este peso encima, nos basta con un simple acto de fe y
entrega para recibir el perdón divino y para heredar la vida eterna.
«Nos salvó, no por obras de justicia que nosotros hubiéramos hecho, sino
por su misericordia.» (Tito 3:5)
No hay comentarios.:
Publicar un comentario