viernes, 20 de octubre de 2017

Cuando Dios no mueve las montañas

Cuando Dios no mueve las montañas

Heather Hiccups

Hemos querido tener un bebé desde hace exactamente dos años. Y en esos dos años, he escuchado de todo. Al parecer, una creencia común es la que dice que si tan solo tuviera suficiente fe, ocurriría lo que deseo. Y el mismo criterio afirmaría que la razón por la que no ha sucedido es simplemente porque nuestra fe no es lo suficientemente fuerte.
Entonces, ¿qué he hecho? He orado. Con fervor. Sangre, sudor y lágrimas, con todo el corazón. Se lo he encomendado a Dios, y lo he hecho con frecuencia. Me he armado de cada gramo de fe que poseo hasta tal punto que he llegado a sentirme físicamente cansada y enferma.
Y no ha sucedido nada.
En conclusión, al parecer la fe que tenía no era la fe sobrehumana y alucinante que se considera necesaria para lograr que suceda lo que deseo. Sencillamente no era suficiente.
Es difícil aceptarlo por muchas razones, pero sobre todo porque este punto de vista me hace responsable de sanar mi infertilidad. Sigo siendo estéril porque no he logrado reunir suficiente fe. Porque mis oraciones fueron y siguen siendo insuficientes. No tuvieron la fuerza necesaria para conseguir que Dios me sanara. Mi llanto, mis oraciones y utilizar cada pizca de fe que me pareció posible no fue suficiente para lograr que Dios dijese que sí y me diera un bebé.
Pero mi punto de vista ha empezado a cambiar. Leí una sección de la Biblia en 2 Corintios en la que Pablo, el individuo con un nivel insuperable de fe, habla de su discapacidad. Recuerden que ordenó a la gente que se sanara en el nombre de Jesús, y se sanaban inmediatamente. Este tipo le dijo a un demonio que se fuera simplemente porque estaba molesto, y el demonio huyó. Es evidente que a Pablo no le faltaba fe. Él podía decirle a una montaña «muévete» y se movía. Él dice:
«Un impedimento me fue dado como un don para mantenerme en constante contacto con mis limitaciones. Un ángel de Satanás hizo todo lo posible por abatirme; lo que en definitiva logró fue que me postrara de rodillas. Y quedó descartada la posibilidad de que mi actitud fuera altanera y arrogante. Al principio no pensé que me estaba dando un don y le rogué a Dios que me librara del impedimento. Le rogué tres veces, y me dijo: “Mi gracia es suficiente; es todo lo que necesitas. Mi fuerza se hace apreciar en tu debilidad.” Cuando escuché esas palabras, me entregué con alegría. Dejé de concentrarme en mi impedimento y comencé a apreciar el don».  2 Corintios 12:7–12, El mensaje
El muchacho de fe no podía librarse de su propia discapacidad por medio de la oración. Pidió tres veces, utilizando un nivel de fe difícil de comprender para mi mente natural... y Dios le dijo que no. Dios quería que Pablo confiara en Su gracia para seguir adelante, y no en su propia capacidad. Quería que Pablo se postrara de rodillas y se apoyara en Él para todo. Si no hubiera tenido una discapacidad, habría podido fácilmente enorgullecerse de su autosuficiencia, y de ser increíblemente bendecido y favorecido, y aunque probablemente todavía saludaría a Dios de vez en cuando (ya saben, para mantener una buena relación), en realidad no lo necesitaría a Él.
Esto nos muestra una profunda verdad. Si bien sería genial tomarme un café y reírme con mis amigas afirmando que todas somos «fértiles doncellas», nunca podré hacerlo. He sido despojada de toda actitud arrogante que pudiera tener con respecto a mi capacidad de ser madre, y no puedo dar el testimonio de que Dios me concedió el increíble regalo de bendecirme con hijos propios. Estoy más bien forzada a postrarme de rodillas, teniendo que depender totalmente de las decisiones de Dios, solo pudiendo contar con que Su gracia es suficiente para darme alegría sin un bebé. Porque mi regalo no viene envuelto con cintas y moños. Viene envuelto en lágrimas y heridas en las rodillas. Él podría haberme sanado a mí, a Pablo o a ti, al instante.
Pero a veces Dios dice que no.
Francamente, no manejo estas situaciones con la misma grandeza que Pablo. No he llegado al punto de considerar mi infertilidad como un «don». O de valorarla. O de sentirme feliz porque es un recordatorio constante de que no puedo hacer todo por mi cuenta. No, no es el tipo de pastilla que me encanta injerir.
Es posible que ustedes tampoco hayan llegado a ese punto. Cuesta llegar a «ese punto». Para llegar a «ese punto» hay que decir:
  • «Aunque nunca me des un bebé, Tu gracia es suficiente».
  • «Aunque mi hijo nunca se cure de su discapacidad, Tu gracia es suficiente».
  • «Aunque mi dolorosa enfermedad nunca desaparezca, Tu gracia es suficiente».
  • «Aunque no cures el cáncer de mi madre, Tu gracia es suficiente».
No, «ese punto» no es un lugar de moda en el que uno naturalmente quiere estar. Pero sí es un lugar en el que obtenemos consuelo, porque allí uno entrega el control total. No tenemos que repetirnos que la fe que procuramos reunir con tanto esfuerzo, y con tal intensidad que nos enfermó físicamente, no fue suficiente. Que si tan solo nos esforzáramos un poco más, podríamos lograr que Dios cambiara la situación. Que de alguna manera podríamos controlar a Dios.
Porque, asombrosamente, es muy reconfortante saber que Dios puede decir no. Y lo hace a menudo. Nos fortalece saber que no podemos controlar Sus decisiones, y que, de hecho, el resultado no siempre depende de nuestro nivel de fe.
Y nos brinda fuerza saber que a veces Dios no mueve las montañas, simplemente porque quiere que dependamos de Él para escalarlas.
Si no mueves las montañas que necesito que muevas.
Si no partes las aguas por las que deseo pasar.
Si no me das las respuestas, después de mucho pedir,
confiaré en Ti, confiaré en Ti.
Letra de Lauren Daigle

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