En enero de 1957, Jan y Hendrikje Kasper llegaron en barco hacia aguas estadounidenses. Su familia de 12 miembros, junto con otros inmigrantes holandeses a bordo del Grote Beer, se apiñaron en la cubierta para ver por primera vez la Estatua de la Libertad en el puerto de Nueva York.
Esa visión inicial de la Dama Libertad fue emocionante y emotiva. Acababan de soportar una ardua travesía de once días a través del mar en un viaje nada lujoso. Habían dejado atrás a muchos amigos y familiares en los Países Bajos. Habían experimentado mares embravecidos ocasionados por un huracán y habían lidiado con mareos que parecían interminables. Pero ahora -finalmente- habían llegado. Este país se convertiría en su nuevo hogar.
Algún día, aquellos de nosotros que hemos confiado en Jesucristo como nuestro Salvador personal dejaremos esta vida e iremos al lugar que Él ha preparado para nosotros (Juan 14:3). Puede que el viaje sea difícil o incómodo, pero ciertamente esperamos el destino final.
El compositor Don Wyrtzen escribió la música para una maravillosa canción que ilustra nuestra vida terrenal como un “mar tempestuoso”. Termina con estas palabras:
Tan sólo piensa en pisar la orilla -¡y encontrar que es el cielo!
En tocar una mano -¡y encontrar que es la de Dios!
En respirar un aire nuevo -¡y encontrar que es celestial!
En despertar en la gloria -¡y encontrar que es nuestro hogar!
Cuando veamos a Jesús cara a cara por primera vez estaremos “finalmente en casa”.
Aquellos que aman y sirven a Dios en la tierra se sentirán en casa en el cielo.
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