“Bendito sea Jehová, que juzgó la causa de mi afrenta” 1 Samuel 25:39
La dramaturga y congresista Clare Boothe Luce (1903-1987) dijo una vez: “Ninguna buena acción queda impune”. Triste decirlo, pero algunas veces pareciera que este aforismo es cierto.
Cuando estaba a punto de convertirse en el rey de Israel, David tuvo una experiencia que corrobora esta idea. Mientras se escondía de Saúl, él y sus hombres cuidaban de la propiedad de un rico terrateniente llamado Nabal. Pero más tarde, cuando David le pidió un favor a Nabal, éste le contestó con desdén. “Ciertamente en vano he guardado todo lo que éste tiene -dijo David-. Él me ha vuelto mal porbien” (1 Samuel 25:21).
Antes de que David pudiera tomar venganza, la esposa de Nabal intervino e impidió que David actuara precipitadamente. Pronto, Dios le quitó la vida a Nabal (v. 38). Después, David alabó a Dios por mantenerle lejos del mal y por devolver “la maldad a Nabal sobre su propia cabeza” (v. 39).
Tal vez hayas pasado por alguna experiencia donde retribuyeron tu amabilidad con ingratitud, trataron un regalo generoso de tu parte como algo a lo que tenían derecho a recibir, interpretaron tus amables acciones como un intento tuyo por ejercer el control, o recibieron tu bien intencionado consejo con desdén.
La historia de David nos recuerda que aun cuando parezca como que nos han pagado mal por hacer el bien, no tenemos que tomar el asunto en nuestras propias manos; podemos confiarle el resultado a Dios.
Un día Dios reparará todo daño.
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