lunes, 20 de noviembre de 2017

Podemos dejar de perdonar a los demás cuando Cristo deje de perdonarnos.

“Porque si perdonáis a los hombres sus ofensas, os perdonará también a vosotros vuestro Padre celestial” Mateo 6:14
En lo más álgido de una discusión, mi esposa planteó una aguda y profunda percepción teológica. Estábamos hablando acerca de mis defectos de una manera bastante vehemente cuando ella dijo: “¡Creo que es bastante asombroso que te perdone por algunas de las cosas malas que has hecho!”.
Lo que me chocó acerca de su comentario fue su aguda percepción de la naturaleza del perdón. No es un dulce ideal platónico que debe ser dispersado por el mundo como un desodorante ambiental que se rocía desde una lata. El perdón es dolorosamente difícil, y, mucho tiempo después de haber perdonado, la herida perdura en la memoria. El perdón es un acto antinatural, y mi esposa estaba protestando ante su descarada injusticia.
Una historia de Génesis capta gran parte del mismo sentimiento. Los hermanos que José luchó por perdonar eran los mismos que le habían intimidado, que habían conspirado para asesinarle, y le habían vendido como esclavo. Aunque prosiguió hasta lograr el triunfo sobre la adversidad y ahora con todo su corazón quería perdonar a estos hermanos, no podía llegar a ese punto -todavía no.
Considero Génesis 42-45 como la manera de José de decir: “¡Creo que es bastante asombroso que os perdone por algunas de las cosas malas que habéis hecho!” Cuando la gracia finalmente se abrió paso, el sonido del dolor y el amor de José resonaron por todo el palacio. ¿Qué es ese lamento? Era el sonido de un hombre perdonado.
Podemos dejar de perdonar a los demás cuando Cristo deje de perdonarnos.

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