Ama a tu prójimo como a ti mismo
Cliff Leitich
«Amarás al Señor tu Dios con todo tu
corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas. El
segundo mandamiento es semejante: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. No hay
otro mandamiento mayor que estos.» Marcos 12:30-31
De acuerdo a las enseñanzas de Jesús,
nuestro trato con quienes nos rodean —hombres, mujeres y niños— es inseparable
de nuestra relación con Dios. El amor a Dios y al prójimo son dos caras de la
misma vocación:
«Un mandamiento nuevo os doy: Que os
améis unos a otros; como Yo os he amado, que también os améis unos a otros. En
esto conocerán todos que sois Mis discípulos (seguidores), si tenéis amor los
unos por los otros.»
Juan 13:34-35
A veces se considera que el prójimo son
quienes componen su círculo de conocidos, pero Jesús especificó que se trata de
toda la humanidad. Incluso nuestros enemigos. La conocida parábola del buen
samaritano es un claro ejemplo de que amar al prójimo equivale a amar a
todo el mundo en todo lugar. No solo a nuestros amigos, conocidos, compatriotas
y personas con las que sentimos afinidad.
La enemistad entre judíos y samaritanos
había persistido durante cientos de años. Los judíos de la época de Jesús
consideraban a los samaritanos ceremonialmente impuros, marginados sociales,
proscritos y herejes. Así y todo, el samaritano se apiadó del pobre hombre al
que ladrones habían golpeado y robado. Dio de su tiempo y dinero para ayudarle.
No se trataba solo de un desconocido, sino de un acérrimo enemigo de su pueblo.
Mediante dicha parábola, Jesús nos exhorta a hacer lo mismo.
Al igual que el benévolo samaritano de
la parábola de Jesús, a nosotros nos corresponde comunicar amor e interés a
nuestros congéneres —o prójimos— del mundo entero.
Pecaríamos al excluir a cualquier
persona o grupo producto de su condición social, supuestas faltas de carácter o
diferencias de religión, raza, etnia, ciudadanía y demás.
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