Independientemente de lo terrible,
amenazadora, irreversible o sin esperanza que parezca una situación,
cuando se enfrenta un revés o incluso en un caso en que la vida corra
peligro, el hecho de que no dejes de confiar en Jesús y te niegues a
soltar esa confianza constante demuestra que tienes una gran fe. Tu fe
es lo que complace al Señor.
La fe no es acerca de ti ni de que
recibas lo que a tu juicio es lo mejor. La fe tiene que ver con Jesús y
con lo que Él sabe que es mejor para ti y para otros.
La fe es la certeza de lo que se
espera. No esperaríamos algo si ya lo tuviéramos en las manos. La fe es
la prueba de lo que no se ve. No necesitaríamos una prueba de que algo
es real si pudiéramos verlo claramente.
Cuando pienso en algunas personas
que solicitaron milagros en la Biblia, al dar un rápido vistazo parecen
tener mucha confianza, estar muy seguras de lo que van a hacer. Junto a
esa fe aparentemente inquebrantable, empezamos a sentirnos un poco
débiles y no estamos seguros de nuestra propia fe.
Eso se debe a que vemos esos
milagros de la Biblia con la perspectiva que da el paso del tiempo. En
cambio, tratemos de ponernos en el lugar de esas personas.
Tomemos en cuenta lo imposible que
debió haberles parecido la situación en esa época, pues no podían ver
cuál sería el resultado. Su perspectiva puede haber sido muy parecida a
cuando actualmente enfrentamos algo que parece imposible. Puede ser
alentador examinar minuciosamente cuáles fueron sus circunstancias y lo
que enfrentaban desde la perspectiva de ellos.
Por ejemplo, en el caso de los
tres hebreos que estaban a punto de ser lanzados en el horno en llamas
por no inclinarse ni rendir culto a la imagen de oro que Nabucodonosor
había mandado erigir. Es posible que pensemos que ellos irradiaban
confianza delante del jefe del imperio mundial, seguros de que nada les
podría pasar en ese horno de fuego ardiente. Sin embargo, ¿podría ser
que también tuvieran que lidiar contra el temor y la incertidumbre de
lo que podría pasar?
Es verdad que su amigo Daniel —que
tenía mucho poder e influencia—, podría haberlos defendido y
rescatado de esa suerte, pero él estaba de viaje, se encontraba en otra
parte del imperio. Sadrac, Mesac y Abednego estaban solos, defendían lo
que estaban seguros que era lo correcto. Se encontraban atados y
obligados a arrodillarse ante un rey que se veía a sí mismo como Dios,
rodeados de los celosos consejeros del rey a quienes la presencia de
los hebreos en la corte del rey representaba una amenaza a su poder.
Aquellos consejeros enojados probablemente jugaron un papel decisivo
para provocar la ira del rey contra los tres hebreos.
Detrás de la atrevida declaración
de Sadrac, Mesac y Abednego de que confiarían en Dios pasara lo que
pasara, ellos eran humanos, con tendencia a los mismos temores que cualquiera
de nosotros tendría si tuviera que enfrentar una suerte tan dolorosa y
horrible. Imagínense las dificultades terribles que deben haber
enfrentado ante la perspectiva de ese horno abrasador y la
imposibilidad de otras alternativas; o se inclinaban ante la imagen o
se enfrentaban a las torturantes llamas.
La fe no es la ausencia de temor;
la fe es lo que vence el temor. A mi juicio, lo que ellos temían estaba
a punto de suceder, pero de todos modos sabían que debían hacerlo. Al
parecer, su fe no se basaba en alguna suposición de que su cuerpo
milagrosamente sería inmune al calor y el fuego. Por lo menos, no es lo
que se entiende por las palabras de ellos registradas en la Biblia.
Dijeron: «Nuestro Dios, a quien
servimos, puede librarnos del horno de fuego ardiente; y de tus manos,
rey, nos librará. Y si no, has de saber, oh rey, que no serviremos a
tus dioses ni tampoco adoraremos la estatua que has levantado».
No sabían lo que ocurriría, pero
tenían fe en que Dios estaba al mando de la situación. Su fe estaba en
el hecho de que pasara lo que pasara, estaban seguros de que Dios tenía
un plan y confiaban en que Él cuidaría de ellos como le pareciera
mejor. No pusieron condiciones según lo que creyeron conveniente. No le
dijeron al rey que el cuerpo de ellos no se quemaría. Sabían que Dios
podía hacer cualquier cosa, pero su fe no estaba forzosamente en que
Dios evitaría que se quemaran en el horno.
Su fe estaba en el poder y el amor
de Dios, no en los resultados que ellos pensaban que serían los mejores.
Trata de ponerte en el lugar de quienes enfrentaron imposibilidades
como esa. ¿Qué pensarías? ¿Cuáles serían tus temores?
Sabes que Dios, en última
instancia, corregirá todo en la otra vida, pero saberlo no disminuye
las dificultades de enfrentar quizá experiencias muy dolorosas o la
muerte. En este momento, no tienes que enfrentar la otra vida, sino el
presente.
Moisés, por ejemplo, se encontraba
en el Mar Rojo; enfrentaba lo que parecía una muerte segura y la
extinción del pueblo hebreo. Detrás de él —solo temporalmente bloqueado
por una columna de nube en el día y una columna de fuego de noche—,
estaba un ejército que no había sufrido únicamente las terribles plagas
a causa de él, sino que además muchos soldados habían perdido padres,
hijos o hermanos debido a la última plaga.
Esos soldados no solo obedecían
las órdenes del faraón. Me imagino que querían venganza y se proponían
hacer sufrir de la peor forma a los esclavos que huían, vengarse por lo
que Dios había hecho al pueblo egipcio. Supongo que Moisés y los hijos
de Israel eran muy conscientes de todo eso.
Imagínate el temor que tal vez
amenazaba a Moisés y a quienes estaban con él. Podía parecer que su
Dios los había dejado atrapados, sin forma de escapar. Imagínate las
dudas que podrían haber asaltado a Moisés. Aunque había logrado dejar
atrás a los egipcios por un tiempo, podría haberle atacado el temor de
que tal vez se había equivocado en cierta medida, y podría haber
parecido que iban a morir los hombres, mujeres y niños que lo habían
seguido.
No creo que había ninguna duda de
que Moisés buscaba con afán la guía de Dios; sin embargo, aunque Dios
le dijo qué hacer, debe haber parecido imposible. ¿Quién había oído
hablar de que el mar se dividía para que la gente pudiera pasar por en
medio? Moisés solo debía seguir instrucciones, paso a paso, confiar en
que Dios no les fallaría.
Cuando las aguas del mar se
dividieron y la gente tenía que correr en lo que ya era un lecho marino
seco, me imagino que sería algo aterrador: una multitud que camina
entre muros de agua por ambos lados.
Si quisieras huir, ¿en qué
dirección irías? A la distancia, detrás de ti, se veía el contorno
oscuro del ejército amenazador, que empezaba a pasar tras de ti por el
mismo lecho marino y que se acercaba a toda prisa. ¿Cuánto tiempo
pasaría antes de que te alcanzaran?
Moisés solo debía confiar en que
por muy mal que se viera la situación —por imposible que les pareciera
llegar a un lugar seguro—, estaban en las manos de Dios, pasara lo que
pasara.
Jesús, quien dio el máximo ejemplo
y confió en Su Padre hasta la muerte, también enfrentó temores. La
Biblia dice que fue una lucha en el huerto del Getsemaní, tanto así
¡que sudó gotas de sangre! La fe no es la ausencia de temor, sino
vencer el temor con la verdad. Para superar el temor, debes
enfrentarlo.
Puede ser muy atemorizante
encontrarse en una mala situación y no ver alguna forma normal para
salir del dilema. Sin embargo, así es como sale a la luz la fe que se
apoya en Jesús, en vez de apoyarse en lo que uno piensa que tiene que
suceder. Lo único que debes hacer es no dejar de confiar ni de creer,
sin importar cómo se vea la situación, que fue lo que hicieron Sadrac y
sus amigos.
Debes seguir caminando sobre el
terreno sólido de lo que Dios te ha dicho que hagas a pesar de las terribles
circunstancias, como hizo Moisés, sabiendo que por muy desesperada o
mala que se vea la situación, Jesús te tiene en Sus brazos.
No sé lo que depara el futuro,
pero sí sé quién lo conoce.
Es posible que tengas miedo de lo
que enfrentas. Tal vez te parezca que nada puedes hacer para arreglar
la situación en que te encuentras. Sin embargo, la intervención de Dios
en tu vida no se basa en la confianza que tengas en ti, sino en tu fe
en Él y tu confianza en Su poder ilimitado, en Su bondad y amor.
No es necesario que creas que
siempre sucederá lo que quieres que pase. Solo debes creer que Dios
puede hacer que suceda lo mejor en el momento que le parezca más
conveniente y a Su manera, si no en esta vida, entonces en la otra,
porque confías en Él.
La fe sabe lo más importante: Dios
nunca te dejará ni te abandonará.
Ninguno de nosotros sabe lo que
nos espera. En muchos casos, no sabemos si ese revés que enfrentamos, o
la situación que sufrimos, terminarán en un minuto o en un mes. O si
durará toda la vida. Nuestra fe no puede estar fundada en resultados
esperados que tengan sentido para nosotros. Lo que sabe la fe es que
Jesús no nos dejará sin consuelo; Él caminará con nosotros por el
fuego, como lo hizo con Sadrac, Mesac y Abednego. Saldremos adelante,
ya sea gracias a Su cuidado sobrenatural o al llegar al Cielo al
término de nuestra vida. De cualquier forma, no podemos perder.
Cree en Jesús y espera que suceda
lo mejor; es algo que vale la pena esperar.
A Jesús le encanta cuando vemos
las olas y los vientos de adversidad y hacemos lo que hizo Pedro
aquella vez. Pedro le dijo a Jesús: «Manda que yo vaya a ti sobre las
aguas». Pedro estaba dispuesto a lanzarse a los desafíos porque había
visto el poder de Dios en Jesús y estaba preparado para ponerse en aquellas
manos que él confiaba que no le fallarían.
¿Cuáles son los desafíos que
enfrentas? ¿Cuáles son las situaciones imposibles que se ciernen sobre
ti? ¿Caminarás sobre el agua para encontrarte con Jesús ahora mismo, de
modo que Su poder se manifieste en tu vida? Da el paso de fe y, aunque
por momentos sientas que te hundes, solo debes pedir Su ayuda y Él te
sacará adelante de la manera y en el momento que le parezcan mejor.
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