CULTIVAR EL HÁBITO DE ALABAR A DIOS
Cuando
alabamos a Dios incluso por las dificultades que padecemos descubrimos el gozo
divino, el cual nos proporciona fuerzas para sobreponernos a la adversidad. La
alabanza nos infunde alegría, y ésta nos comunica fuerzas. Al alabar al Señor
nos olvidamos de nosotros mismos y de nuestros problemas y preocupaciones. El
hecho de no pensar en nosotros, sino más bien en Él y en Su bondad, nos trae
alegría. Embargados de ese gozo soltamos el lastre de nuestras aflicciones,
preocupaciones, dudas o aprensiones.
Recógete
en un rincón tranquilo. En realidad no tiene importancia dónde realices el
ejercicio; lo importante es poder contar con 10 ó 15 minutos de paz y
tranquilidad.
Haz
un repaso mental de todas las cosas que te disgustaron hoy, de todos los
problemas, tanto grandes como pequeños. Al recordar cada uno, dirige tus
pensamientos hacia Jesús y dale las gracias por ayudarte a hacer frente a ese
problema y superarlo, y por el hecho de que no fue nada peor.
Piensa
en cosas y hechos concretos. Expresa tu gratitud por cada una de esas
dificultades, una por una. Por ejemplo: «Gracias, Jesús, que ese malentendido
se arregló para la hora de almuerzo y que ahora entiendo mejor las expectativas
de mi jefe». O: «Te agradezco que la abuela no haya perdido el buen humor a
pesar de su enfermedad y que tenga un médico competente. Gracias por cuidar de
ella en estos momentos», y así sucesivamente.
No
tardarás en sentirte mejor. Ya verás. Ahora tómate unos minutos para
agradecerle todo lo bueno que te sucedió hoy. Repasa el día cronológicamente.
Te asombrarás al ver cuántas cosas lindas ocurrieron.
Este
es un ejercicio estupendo para realizar a diario, no solo cuando la jornada sea
particularmente difícil. Cultiva el hábito de alabar a Dios por todo lo que te
sucede: lo bueno y lo malo, lo lindo y lo feo, lo alegre y lo triste. Así
tendrás paz y contentamiento.
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