miércoles, 17 de junio de 2015

La solución

La solución de Dios a los problemas de la actualidad

David B.

El amor verdadero, el amor a Dios y al prójimo, ¡es la solución a muchos de los problemas que ha enfrentado la humanidad en todos los tiempos! El Espíritu del divino amor de Dios que nos ayuda a cumplir Su gran mandamiento de amarnos los unos a los otros. Jesús dijo que los mayores mandamientos eran primero amar a Dios y luego amar a tu prójimo como a ti mismo. Señaló que en esto se cumple toda la ley y los profetas[1]; o como dijo Salomón: éste es el todo del hombre: amar a Dios y guardar Sus mandamientos[2].
La solución de Dios a los problemas de la actualidad, así como a los del pasado, es el amor a Dios y al prójimo. Esta sigue siendo la solución divina incluso en una sociedad tan compleja, confusa y sumamente complicada como la del mundo actual. Si amamos a Dios, podemos amarnos unos a otros y hasta respetarnos como creación Suya. Entonces podemos seguir Sus normas de vida y libertad; tendremos felicidad.
Jesús dijo que había que ser como un niño para entrar en Su reino espiritual de felicidad y alegría, en un gozoso estado mental y el reino espiritual de Dios en la Tierra. De hecho, dijo a un erudito, un doctor de la ley: «Si no os volvéis y os hacéis como niños, no entraréis en el reino de los cielos»[3]; y más aún: «el que no nace de nuevo no puede ver [ni comprender] el reino de Dios»[4].
Eso, por supuesto, fue bastante enigmático para aquel anciano caballero, evidentemente un erudito, un «rabino de Israel», con quien dialogaba Jesús. Por lo visto, para aquel educado maestro de la ley, la salvación se encontraba en el conocimiento, en la mucha educación y la sabiduría de los antiguos, como lo contenido en la Torá y el Talmud. Sin embargo, Jesús le decía muy sencillamente, como lo pregona nuestra canción muy conocida que se ha escuchado por todo el mundo: «Tienes que ser un niño para ir al Cielo». En otras palabras, debes aceptar la verdad y el amor de Dios como la palabra del Padre celestial a Su hijito: tú. Y además, aceptar la buenas nuevas de Su amor manifestadas en Su Hijo Jesucristo.
Es obvio que esta verdad sencilla fue difícil de entender para aquel rabino culto, a juzgar por su reacción y su interpretación literal, preguntándose si Jesús se refería a una especie de milagro físico, de un renacimiento material. Jesús rápidamente explicó que no se refería a un renacimiento físico —en la bolsa de agua—, sino a un renacimiento espiritual del hombre y de sus actitudes espirituales, un milagro obra del Espíritu de Dios, el regalo que nos da el Señor, un nuevo corazón espiritual, por así decirlo[5].
Jesús quería expresar así, en términos muy sencillos, que no nos podemos salvar solo mediante nuestras propias obras o bondad, ni con nuestros intentos de guardar Sus leyes y de amarlo, ni siquiera mediante nuestros intentos por encontrar Su verdad y seguirla. Jesús decía que la salvación es un don de Dios que se lleva a cabo gracias a una transformación milagrosa de nuestra vida cuando aceptamos Su verdad en el amor de Su hijo Jesús, por obra del Espíritu de Dios. Cuando lo recibimos y Su Espíritu está dentro de nosotros, nos dará la capacidad de hacer lo humanamente imposible: ¡Amar a Dios y al hombre!
«Por gracia sois salvos por medio de la fe, y esto no de vosotros, pues es don de Dios. No por obras, para que nadie se gloríe, pues somos hechura Suya»[6]. Así que no puedes salvarte sin ayuda, por muy bueno que intentes ser. No puedes ser tan bueno como para merecer o alcanzar la perfección celestial de Su santa salvación que viene mediante Su gracia, amor y misericordia.
«Todos nosotros nos descarriamos como ovejas, cada cual se apartó por su camino; mas el Señor cargó en Él (Jesús, Su propio hijo) el pecado de todos nosotros»[7]. En el resto del capítulo 53 de Isaías, profeta del Antiguo Testamento, encontrarás una bella descripción del amor de Dios representado en Su hijo, Jesús, que recibió en sí mismo, en el madero, el castigo de nuestros pecados. «Fue arrancado de la tierra de los vivientes y por la rebelión de mi pueblo». «Cuando haya puesto Su vida en expiación por el pecado». «Derramó Su vida hasta la muerte». «¡Él llevó el pecado de muchos!»
«Como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así es necesario que el Hijo del hombre sea levantado, para que todo aquel que en Él cree no se pierda, sino que tenga vida eterna. De tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a Su Hijo unigénito, para que todo aquel que en Él cree no se pierda, sino que tenga vida eterna»[8].
¡La salvación es así de sencilla! Lo único que debes hacer es recibir a Jesús, el Hijo de Dios, como tu salvador, pidiéndole que entre en tu corazón. Lo puedes hacer ahora mismo si quieres la solución de Dios a tus problemas y que Su amor llene tu corazón y vida con gozo inefable y glorioso, y con un nuevo plan y un nuevo propósito en la vida. ¡Él es así de maravilloso! ¿Por qué no le das una oportunidad?
Cuando mis hijos eran pequeños, les decía: «Dios es nuestro gran Padre en el Cielo, y nosotros Sus hijos en la Tierra. Todos hemos sido malos y merecemos una paliza, ¿cierto? Pero Jesús, nuestro hermano mayor, nos amó tanto a nosotros y al Padre, que sabía que la paliza nos dolería a los dos; así que se ofreció a recibirla en lugar de nosotros. Dios se lo permitió. También prometió perdonarnos si amamos a Jesús, le damos gracias por lo que hizo, dejamos que Su Espíritu viva en nuestro corazón y en nuestra vida de ahora en adelante y obedecemos Su Palabra, permitiéndole así que ame a otras personas por medio de nosotros».
Después, oraba con ellos. Puedes hacer ahora con nosotros esa oración, si lo deseas: «Señor, te ruego que me perdones por ser malo y desobediente, merezco unos azotes. Muchas gracias por mandar a Jesús, Tu hijo, para que los recibiese en mi lugar. Yo ahora lo recibo a Él como mi Salvador e hijo Tuyo, y le pido que entre en mi corazón y me ayude a ser bueno, a amarte a ti y a los demás por medio de Tu Espíritu. Ayúdame a leer Tu Palabra, a obedecerla y a tratar de ayudar a los demás. En el nombre de Jesús, amén».
Comprendemos que muchas personas quizás hayan interpretado mal este cambio instantáneo, milagroso y sobrenatural de ideas, sentimientos y vida que ocurre mediante el poder del Espíritu de Dios con esta transformación espiritual que Dios llama nacer de nuevo, o renacimiento del Espíritu, pues cuando ocurre hay un cambio drástico.
Quizás recordarán algunos relatos de la Biblia donde alguien tiene una transformación instantánea de vida, mente y corazón. Eso le ocurrió a algunos de los personajes más importantes de Dios en determinados momentos críticos y por obra del Espíritu de Dios, por ejemplo Abraham, Moisés, David, Isaías, Jeremías y Daniel. Jesús mismo llamó o sanó a algunos de ellos; otros fueron Sus apóstoles; entre ellos también están muchos otros hombres de Dios de diversas épocas. Se darán cuenta de que esto en realidad no es nada nuevo, sino algo que Dios ha llevado a cabo en la vida de los hombres en todas las épocas.
Algunas veces sucede de manera repentina y completa; el cambio es tan drástico que puede ser muy dramático y malinterpretado. De muchos —como el apóstol Pablo, por el cambio tan repentino de su vida y manera de pensar, hablar y vivir—, se pensó que les había dado un arrebato de locura. Toda su actitud hacia la vida y sus semejantes había cambiado.
Permíteme recordarte que este milagro de Dios ha sido muy frecuente a lo largo de toda la Historia. Jesús lo llamó nacer de nuevo de Su Espíritu; para Pablo era un nuevo nacimiento por lo que lo viejo ha pasado y somos una nueva creación en Jesucristo[9]. La Biblia lo llama despojarse del viejo hombre y vestirse del nuevo hombre[10]. Muchas veces es una transformación tan extraordinaria, un cambio tan real de personalidad, que la Palabra de Dios lo compara a la muerte y entierro de lo viejo y la resurrección de lo nuevo, en una vida y forma de vivir totalmente nuevas.
El gran San Agustín —que había sido un libertino y un disoluto en la universidad—, según cuenta en sus escritos, cierto día después de su conversión caminaba por una calle y una de sus antiguas amigas pasó a su lado y al parecer él no la reconoció. Ella entonces dio la vuelta y lo llamó: «Agustín, soy yo». A lo que él contestó: «Sí, lo sé. Pero yo ya no soy yo». Como dijo el apóstol: «Ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo por la gracia del Hijo de Dios»[11].
Hoy en día, ¡Dios todavía está vivo y transforma magníficamente la vida de las personas!

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