ESTRATEGIAS PARA SER FELIZ
Diez
estrategias para ser feliz, cuyo efecto está científicamente demostrado.
1.
Disfrute de las cosas sencillas. Deténgase de vez en cuando para oler la
fragancia de una rosa u observar a los niños mientras juegan.
2. Evite las comparaciones.
Aunque
mantenerse a la par con los vecinos es parte de la cultura [de muchos países],
compararnos con los demás puede ser perjudicial para la felicidad y la
autoestima. Centrarnos en nuestros propios logros lleva a una mayor
satisfacción que compararnos con los demás.
3.
Conceda poca prioridad al dinero. La gente que otorga al dinero una alta
prioridad corre mayor riesgo de sufrir depresiones y ansiedad y tiene una menor
valoración de sí misma. Cuanto más buscamos satisfacción en los bienes
materiales, menos la encontramos en ellos. La satisfacción tiene corta vida, es
muy pasajera.
4.
Propóngase objetivos trascendentes. «Las personas que se esfuerzan por
lograr algo significativo, ya sea adquirir una nueva habilidad o criar hijos
con integridad moral, son mucho más felices que las que no tienen sueños o
aspiraciones elevados.
5. Tome la iniciativa en el trabajo. La
felicidad en el trabajo depende en parte de la medida en que uno tome
iniciativa. Cuando actuamos con creatividad, ayudamos a los demás, proponemos
mejoras o hacemos más de lo que nos marca el deber, nuestro trabajo se vuelve
más gratificante y nos sentimos más dueños de la situación.
6.
Cultive amistades y valore a su familia. La gente más feliz por lo general
tiene familias y amistades estables y relaciones que le proporcionan apoyo,
Pero no basta con ser el alma de la fiesta si se está rodeado de personas a las
que apenas se conoce. «No se trata sólo de relacionarse con los demás; es
preciso forjar relaciones profundas» en las que haya comprensión y afecto.
7.
Sonría aunque no tenga ganas. Puede que parezca una bobada, pero da
resultado. «La gente contenta ve posibilidades, oportunidades y vías para
alcanzar sus objetivos. Además, encara el futuro con optimismo, y al revivir el
pasado suele evocar los buenos momentos. Aunque usted no posea un optimismo
innato, con la práctica puede cultivar el hábito de enfocar las cosas
positivamente.
8.
Sea agradecido. Las personas que llevan un registro semanal de todo aquello
que suscita su gratitud suelen ser más saludables, más optimistas y más capaces
de progresar en la consecución de sus objetivos. Las personas que escriben
notas de agradecimiento a quienes han influido para bien en su vida alcanzan
mayores cotas de felicidad y tienen menores índices de depresión. El efecto
además dura varias semanas.
9.
Salga a hacer ejercicio. El ejercicio puede ser tan eficaz como los
medicamentos para tratar la depresión, con el añadido de que no tiene efectos
secundarios y es menos costoso. El ejercicio practicado con regularidad brinda
satisfacción, crea oportunidades de interacción social, libera endorfinas
—que producen sensación de bienestar— y aumenta la autoestima.
10.
Practique la generosidad y el servicio al prójimo. Haga del altruismo y la
generosidad parte integral de su vida, y sea asertivo en ello. Ayudar a un
vecino, participar en labores de voluntariado o donar bienes y servicios es muy
gratificante y trae aparejados más beneficios para la salud que hacer ejercicio
o dejar de fumar. Quienes gastan dinero en otras personas se declaran mucho más
felices que quienes se lo gastan en sí mismos.
En ese momento me sobrevino un pensamiento extraño: «¿Y yo? ¿Me emocionó así cuando me encuentro con Jesús?»
Seré franco: me falta bastante para llegar a eso.
Valoro los ratos de oración y disfruto estudiando la Biblia; pero si
comparo mi entusiasmo con las muestras de alegría de mi perra, me doy
cuenta de que podría ser más efusivo.
¿Por qué se pone tan feliz mi perra al verme? Supongo que la respuesta
es tan sencilla como profunda: le encanta mi compañía. No solo se pone
contenta porque sabe que le doy de comer y la saco a dar largos paseos
por los campos. Se alegra porque quiere estar conmigo.
Cuando leo sobre los héroes de la fe, advierto que tienen esa misma actitud.
A aquellos hombres y mujeres inspirados por Dios les gustaba orar. Les encantaba
leer la Palabra de Dios. Anhelaban estar en Su presencia. Disfrutaban
de Su compañía temprano por la mañana, tarde por la noche… y casi
constantemente a lo largo del día.
¿Ese entusiasmo es patrimonio exclusivo de los héroes de la fe? ¿Qué hay de las personas comunes y corrientes como yo?
Durante un tiempo pensé que albergaba ese entusiasmo por Dios; no
obstante, después de observar hoy a mi perra, veo las cosas desde una
óptica diferente.
A veces mis ratos de comunión con Dios me parecen insulsos, y eso se
debe a que mi escala de prioridades está equivocada. No acudo al Señor
porque me guste estar con Él, sino por motivos egoístas: me siento
triste, solo, enfermo, tengo dificultades para pagar las cuentas, o todo
eso al mismo tiempo; es decir, necesito algo de Él.
No es que esté mal orar por nuestras necesidades. Jesús desea que lo
hagamos. Pero en nuestra relación con Él deberíamos desear Su compañía
simplemente porque disfrutamos de ella. Oswald Chambers dijo: «El objetivo de la oración es acercarnos a Dios, no conseguir que atienda nuestras peticiones».
Me voy a tomar a pecho esta enseñanza.
Es curioso que haya tenido que ser mi perra quien me lo hiciera ver.