Estaba en la puerta, saltando de alegría, ladrando y batiendo la cola,
como si dijera: «¡Ha vuelto!» Después de una jornada larga y agotadora,
nuestra perra Labrador negra me dispensó la más estupenda bienvenida.
Me hizo sentirme bien. Le sonreí y le presté la atención que ella quería. Al fin y cabo, el perro es el mejor amigo del hombre.
Me hizo sentirme bien. Le sonreí y le presté la atención que ella quería. Al fin y cabo, el perro es el mejor amigo del hombre.
En ese momento me sobrevino un pensamiento extraño: «¿Y yo? ¿Me emocionó así cuando me encuentro con Jesús?»
Seré franco: me falta bastante para llegar a eso.
Valoro los ratos de oración y disfruto estudiando la Biblia; pero si comparo mi entusiasmo con las muestras de alegría de mi perra, me doy cuenta de que podría ser más efusivo.
¿Por qué se pone tan feliz mi perra al verme? Supongo que la respuesta es tan sencilla como profunda: le encanta mi compañía. No solo se pone contenta porque sabe que le doy de comer y la saco a dar largos paseos por los campos. Se alegra porque quiere estar conmigo.
Cuando leo sobre los héroes de la fe, advierto que tienen esa misma actitud.
A aquellos hombres y mujeres inspirados por Dios les gustaba orar. Les encantaba leer la Palabra de Dios. Anhelaban estar en Su presencia. Disfrutaban de Su compañía temprano por la mañana, tarde por la noche… y casi constantemente a lo largo del día.
¿Ese entusiasmo es patrimonio exclusivo de los héroes de la fe? ¿Qué hay de las personas comunes y corrientes como yo?
Durante un tiempo pensé que albergaba ese entusiasmo por Dios; no obstante, después de observar hoy a mi perra, veo las cosas desde una óptica diferente.
A veces mis ratos de comunión con Dios me parecen insulsos, y eso se debe a que mi escala de prioridades está equivocada. No acudo al Señor porque me guste estar con Él, sino por motivos egoístas: me siento triste, solo, enfermo, tengo dificultades para pagar las cuentas, o todo eso al mismo tiempo; es decir, necesito algo de Él.
No es que esté mal orar por nuestras necesidades. Jesús desea que lo hagamos. Pero en nuestra relación con Él deberíamos desear Su compañía simplemente porque disfrutamos de ella. Oswald Chambers dijo: «El objetivo de la oración es acercarnos a Dios, no conseguir que atienda nuestras peticiones».
Me voy a tomar a pecho esta enseñanza.
Es curioso que haya tenido que ser mi perra quien me lo hiciera ver.
Seré franco: me falta bastante para llegar a eso.
Valoro los ratos de oración y disfruto estudiando la Biblia; pero si comparo mi entusiasmo con las muestras de alegría de mi perra, me doy cuenta de que podría ser más efusivo.
¿Por qué se pone tan feliz mi perra al verme? Supongo que la respuesta es tan sencilla como profunda: le encanta mi compañía. No solo se pone contenta porque sabe que le doy de comer y la saco a dar largos paseos por los campos. Se alegra porque quiere estar conmigo.
Cuando leo sobre los héroes de la fe, advierto que tienen esa misma actitud.
A aquellos hombres y mujeres inspirados por Dios les gustaba orar. Les encantaba leer la Palabra de Dios. Anhelaban estar en Su presencia. Disfrutaban de Su compañía temprano por la mañana, tarde por la noche… y casi constantemente a lo largo del día.
¿Ese entusiasmo es patrimonio exclusivo de los héroes de la fe? ¿Qué hay de las personas comunes y corrientes como yo?
Durante un tiempo pensé que albergaba ese entusiasmo por Dios; no obstante, después de observar hoy a mi perra, veo las cosas desde una óptica diferente.
A veces mis ratos de comunión con Dios me parecen insulsos, y eso se debe a que mi escala de prioridades está equivocada. No acudo al Señor porque me guste estar con Él, sino por motivos egoístas: me siento triste, solo, enfermo, tengo dificultades para pagar las cuentas, o todo eso al mismo tiempo; es decir, necesito algo de Él.
No es que esté mal orar por nuestras necesidades. Jesús desea que lo hagamos. Pero en nuestra relación con Él deberíamos desear Su compañía simplemente porque disfrutamos de ella. Oswald Chambers dijo: «El objetivo de la oración es acercarnos a Dios, no conseguir que atienda nuestras peticiones».
Me voy a tomar a pecho esta enseñanza.
Es curioso que haya tenido que ser mi perra quien me lo hiciera ver.
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