El expositor invitado miró a todos los presentes, inspiró
profundamente y con voz pausada y firme comenzó su alocución diciendo estas
palabras:
“Damas y caballeros, es para mí un honor poder dirigirme a
ustedes como el orador invitado a esta gran cena de gala que han organizado en
su comunidad para recaudar fondos para el rescate de los niños de la calle. De
veras que ha valido la pena hacer este viaje para compartir esta noche con sus
familias, con las autoridades civiles, militares y espirituales aquí presentes
y los representantes de diversos medios de comunicación.
Hace varios años, al salir de un edificio y caminar hacia el
estacionamiento de la calle, un hombre surgió de entre la oscuridad apuntándome
con una pistola y exigiéndome con palabras muy vulgares que le entregara mi
billetera y todo lo que llevara de valor. Le di el dinero que tenía y el reloj.
Y de inmediato me dio la espalda para irse. Pero yo le grité que esperara. Él
se volteó y se quedó mirándome intrigado.
Entonces le dije que si me dejaba abrir el auto le podría dar
algo más. Así que saqué un pequeño recipiente donde con mi esposa guardamos
todas las monedas que nos iban quedando y se lo di también.
Luego le entregué mi tarjeta de presentación agregándole que si
alguna vez precisaba de una voz amiga, que me llamara, que estaba para
ayudarlo, pero que había alguien que le podría ayudar mucho mejor que yo, y ese
era Jesucristo, y que siempre lo encontraría a la distancia de una oración.
Tan pronto quedé solo, me metí al auto y allí estuve un buen
tiempo en silencio, en la oscuridad, pasando el susto y dándole gracias a Dios
por siete cosas:
Primero, porque seguía vivo. Segundo, porque no se llevó el
auto. Tercero, porque el dinero no fue mucho ya que hoy en día se carga poco
efectivo. Cuarto, por el reloj que se llevó, porque era uno barato y no el que
me había regalado mi esposa. Quinto, porque por la misericordia de Dios fui yo
la persona asaltada y no el asaltante. Sexto, porque le pude sembrar la
semillita del mensaje de Jesucristo en su corazón. Y la verdad es que el
séptimo motivo de gratitud fue más en fe, creyendo que algún día se
materializaría, pues oré para que Dios cambiara el corazón de ese delincuente,
para que le diera una nueva vida y la oportunidad de hacerle bien a la
humanidad.
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