EL CIEGO
Había un ciego sentado en la vereda, con una lata a sus pies y un pedazo
de cartón grueso que, escrito con tiza blanca, decía:
POR FAVOR AYÚDEME,
SOY CIEGO.
Un joven ejecutivo, experto en publicidad, que pasaba frente a él, se
detuvo y con pena se percató que sólo había unas pocas monedas en la
lata. Sin pedirle permiso tomó el cartel, le dio vuelta, sacó un
marcador indeleble de su bolsillo y, mientras el ciego reclamaba su
letrero, escribió otro texto.
Volvió a poner el cartón en su sitio, esta vez con el nuevo texto hacia
adelante, dejó unas cuantas monedas en la lata, se despidió con unas
pocas palabras y se fue. Por la tarde el joven volvió a pasar frente al
ciego, su lata ahora estaba llena de billetes y monedas.
Apenas se acercó al ciego, éste reconoció sus pasos e intrigado por
saber qué palabras mágicas había escrito en su cartón, le pidió que se
lo leyera.
Al ejecutivo le pareció que sería más provechoso para el invidente que
se quede intrigado por unas horas más, hasta llegar a casa, donde
seguramente algún familiar o vecino se lo podría leer. Por lo tanto se
negó a leerlo, sólo le contestó:
—El cartel no dice nada que no sea tan cierto como tu anuncio, sólo con
otras palabras.
Dejó un par de monedas más, se despidió y siguió su camino, satisfecho
que su cartel había tenido el éxito deseado. Decía:
HOY ES PRIMAVERA,
Y NO PUEDO VERLA.
Cambiemos de estrategia cuando las cosas no salen como deben. Si
nuestras palabras no tienen el impacto deseado, busquemos otra manera de
presentar nuestro argumento.
Einstein concluyó: «Si haces lo que siempre has hecho, obtendrás los
resultados que siempre has obtenido.»
Bastante obvio, tanto que se nos olvida.
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