La compasión del padre
Cuando todavía estaba
lejos, su padre lo vio llegar. Lleno de amor y de compasión, corrió
hacia su hijo, lo abrazó y lo besó. Lucas 15:20[1]
*
En esa parábola Dios se
representa como un padre, ¡pero un padre excepcional! Los dos hijos
insultan públicamente al padre. Y en los dos casos el padre, con
misericordia, se humilla a sí mismo y procura que sus hijos se
reconcilien. Aunque somos pecadores, Dios, con amor misericordioso, nos
invita a volver a Él. Sus caminos no son nuestros caminos. John Sanders
*
«Cuando aún estaba lejos,
lo vio su padre». El padre no dirigió una mirada glacial al hijo que
volvía. Lo vio con amor y «fue movido a misericordia»; es decir, tuvo
compasión de él. Su corazón ya no albergaba ira hacia su hijo; solo
sentía compasión por su pobre muchacho, que había llegado a un estado
tan lastimoso. Era cierto que todo había sido culpa del hijo; pero no
fue eso lo que pensó el padre. Lo que conmovió al padre profundamente
fue el estado en que se encontraba su hijo, su pobreza y degradación,
su rostro tan pálido por el hambre. Y Dios tiene compasión de las
tribulaciones y sufrimientos de los hombres. Es posible que ellos se
hayan acarreado todas sus dificultades, y en efecto ha sido así; sin
embargo, Dios tuvo compasión de ellos. «Por la misericordia del Señor
no hemos sido consumidos, porque nunca decayeron Sus
misericordias». Charles
H. Spurgeon
*
Cuando pongo atención a la
parábola del hijo pródigo, como un oriental, esas dos historias poseen
un gran significado para mí. […] Cuando alguien ha sido injusto con su
padre y lo ha tratado como si ya estuviera muerto —que es lo que se
insinúa cuando el hijo le pide la herencia que le corresponde—, y luego
va y la derrocha, y seguidamente esa persona hace un giro de 180 grados
y vuelve a la casa de su padre, en un contexto oriental, el padre nunca
habría salido de su casa para encontrarse con el hijo afuera. Habría
esperado hasta que el hijo llegara y cayera sobre su rostro, implorando
perdón. El que el padre fuera misericordioso y corriera hacia el hijo
que se dirige de vuelta a casa, es muy contrario a la forma de pensar
oriental. Y allí el hijo fue recibido, perdonado, le dieron ropa, un
anillo y todo lo demás. Ravi
Zacharias
*
Esa es la manera de
representar a Dios, cuya bondad, amor, perdón, cuidado, alegría y
compasión no tienen límites. Jesús representa la generosidad de Dios al
emplear toda la imaginería de su cultura, y al mismo tiempo
transformándola constantemente. Henri Nouwen
El arrepentimiento del hijo
Su hijo le dijo: «Padre,
he pecado contra el cielo y contra ti, y ya no soy digno de que me
llamen tu hijo». Lucas
15:21[2]
¡Nunca ha habido una
descripción de un personaje tan corta como la del hijo pródigo! No
entra en detalles realistas ni enumera sus pecados; sin embargo esa
imagen inmortal queda grabada por siempre en nuestra imaginación. El
fiasco de su vida es tan claro y vívido como las palabras que describen
la ruina. Sin embargo, lo que nos atrae más mientras leemos la breve
narración de su ruina no es que dice que vivió «perdidamente» ni que
dilapidó imprudentemente su patrimonio, ni que tuvo hambre a tal grado
que anhelaba la comida de los cerdos, ni que andaba con pies descalzos
o que perdió su túnica; más bien, es que al llegar el hijo pródigo a su
peor suerte, el relato señala: «Volviendo en sí». Recapacitó,
comprendió. Hasta ese momento no había vuelto en sí. No se había
hallado a sí mismo en su vida de desenfreno y complacencia. A fin de
cuentas, esa no fue la vida para la que estaba destinado. Se extrañó
más a sí mismo que a sus zapatos y túnica.
Eso plantea una buena
pregunta que vale una respuesta: ¿En qué momento alguien es su
verdadero yo? ¿Cuándo puede alguien decir adecuadamente «por lo menos
me encontré a mí mismo; soy quien quiero ser»? Cristo nos ha revelado
que en nosotros siempre hay posibilidades más sublimes y divinas.
Cristo, el Vencedor —y no Adán—, es el verdadero modelo, la persona
normal, que al final nos da el modelo de vida auténtica. Entonces,
¿cuál es el verdadero yo? Sin duda es el yo más excelso posible, el que
descubrimos en nuestros mejores momentos. Rufus M. Jones
*
En prisión y al enfrentar
la muerte, Dostoyevsky descubrió la parábola del hijo pródigo. En ese
relato del regreso a casa, Dios resucitó en su mente. La parábola del
hijo pródigo transformó la mente, el alma y el cuerpo de Dostoyevsky.
En el lecho de muerte, su última petición fue que le leyeran esa
parábola que además influyó en todas
las historias que escribió el autor genial. Fue
absolutamente consciente de que ese relato de volver a casa es el
nuestro. Es más, su toma de conciencia llegaría a otra alma que a la
larga vio que la belleza de la parábola del hijo pródigo funcionaba en
su propia vida. C. S. Lewis, al describir su conversión, que fue con
bastantes reservas, exclamó: «¡¿Quién puede adorar debidamente ese Amor
que abrirá enormes puertas a un hijo pródigo que ha llegado pateando,
forcejeando, resentido y mirando rápidamente en todas direcciones en
busca de una oportunidad de escapar?! La dureza de Dios es más
bondadosa que la suavidad de los hombres, y la coacción de Dios es
nuestra liberación». Jill
Carattini
*
Todos hemos sido hijos
pródigos en uno u otro momento. Todos nos hemos descarriado y apartado
mucho de la casa del Padre alguna vez, si no físicamente, por lo menos
en espíritu, y todos nos hemos visto comiendo sobras y desperdicios,
como quien dice, para luego volver a nuestro Padre, quien, viéndonos
desde lejos, corrió a recibirnos con los brazos abiertos. Ya nos estaba
buscando. Él cuenta con que escarmentaremos y volveremos a Él. Nos
espera con amor hasta que descubrimos que ninguna otra cosa nos
satisface y regresamos a Él. Entonces puede hacer Su parte y sanarnos
como solo Él sabe hacerlo. Me recuerda a ese estribillo que dice:
Mi alma, oh, aún
vibra,
pues Él de alegría la inundó.
Algo me hizo renacer.
Su mano me transformó.
pues Él de alegría la inundó.
Algo me hizo renacer.
Su mano me transformó.
Dios no permitirá que se
frustre Su plan. Éste se cumplirá sin posibilidad de error. En el caso
del hijo pródigo, con que solo te encamines hacia Dios y te vuelvas a
Él, Él te estará esperando y te recibirá con los brazos abiertos, con
amor y vestiduras nuevas de justicia, un hermoso anillo de oro,
recompensa que ni siquiera te mereces, y un banquete de acción de
gracias, una fiesta.
Recuerda, siempre hay
esperanza. Dios conoce tu camino, y cuando te haya probado, saldrás
como oro[3]. Es posible que a veces el
camino sea difícil, pero Su Palabra dice: «El Dios de toda gracia, que
nos llamó a Su gloria eterna en Jesucristo, después que hayáis padecido
un poco de tiempo, Él mismo os perfeccione, afirme, fortalezca y
establezca»[4]. María Fontaine
*
La parábola del hijo
pródigo trata de quienes se han alejado de Mí. Cuando los veo transitar
el sendero que los lleva hacia Mí, de inmediato salgo corriendo a su
encuentro. Los estrecho en Mis brazos, los envuelvo con Mi capa y llamo
a Mis siervos para que preparen una fiesta. Porque Mi hija, Mi hijo y
los que estaban perdidos han regresado a Mis brazos.
El hijo pródigo dejó la
casa del Padre y gastó su herencia y dedicó su tiempo a hacer lo que
quería, pensando que eso lo haría feliz. Al acabársele al hijo pródigo
el dinero, se vio obligado a padecer pobreza. En cierto modo, fue como
una cárcel para él, y no veía la forma de salir. Cuando estaba
desesperado y no hallaba escapatoria, comenzó a revolcarse en el fango
y hacerse como los cerdos. Hasta que al final recapacitó y empezó a
preguntarse: «¿Qué he hecho?»
El hijo pródigo pensó que
se había descarriado a tal grado que su padre nunca lo volvería a
aceptar. Pero recuerda que para Mí es imposible que te pases de malo.
¡Todavía tienes un lugar reservado en Mi casa! Te espero con los brazos
abiertos para acogerte de nuevo en Mi casa. Recuerda,
independientemente de cómo te sientas, Yo todavía te amo. Jesús, hablando en profecía
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