Influencia
¡El poder que puede
ejercer la vida de una persona sobre otra es casi sorprendente! Se sabe
de miradas que cambiaron destinos, de encuentros fugaces que causaron
impacto de por vida, ¡o hasta tuvieron repercusiones eternas! Nadie
alcanza a entender del todo en qué consiste eso que llamamos influencia. Los
Evangelios relatan que cuando nuestro bendito Señor sanó a la mujer que
se le acercó tímidamente en medio de la multitud y le tocó el borde del
manto, salió de Él poder… aunque, naturalmente, nunca hubo otra vida
como la de Cristo; sin embargo cada uno de nosotros ejerce
constantemente influencia, ya sea para sanar, para bendecir, para
embellecer a otros o para herir o hacer daño, para envenenar o
mancillar otras vidas.
Nos encontramos embarcados
en un proceso eterno en el cual añadimos a la salud, la felicidad y el
bienestar del mundo, o a su dolor, sufrimiento o maldición. Cada
instante que vivimos de manera honesta y responsable, cada victoria que
obtenemos sobre el pecado, e incluso hasta el más ínfimo fragmento de
la vida bendita de que disfrutamos ayuda al resto de los seres humanos
a ser valientes, veraces y amables. En todo momento ejercemos
influencia. J. R.
Miller
*
Marcos regresaba un día
del colegio cuando advirtió que el joven que iba delante de él se había
tropezado y se le habían caído todos los libros que cargaba, además de
dos suéteres, un bate de béisbol, un guante y una pequeña grabadora.
Marcos se arrodilló y ayudó al muchacho a recoger todas sus cosas, que
habían quedado desparramadas.
Como ambos iban en la
misma dirección, lo ayudó a llevar parte de lo que cargaba. Mientras
andaban, Marcos se enteró de que el otro niño se llamaba Guillermo, que
le encantaban los juegos de video, el béisbol y la historia, que se las
estaba viendo negras con las otras materias escolares, y que acababa de
romper con su novia.
Después de acompañar a
Guille hasta su casa, Marcos se fue a la suya. Siguieron encontrándose
cada tanto en el colegio, almorzaron juntos un par de veces y por fin
los dos se graduaron al terminar la secundaria. Terminaron en la misma
preparatoria, donde tuvieron breves encuentros a lo largo de los años.
Por fin llegó el tan esperado último año. Tres semanas antes de la
graduación, Guillermo le preguntó a Marcos si podían conversar.
Guillermo le recordó aquel día, hacía muchos años, en que se habían
conocido.
—¿Alguna vez te
preguntaste por qué cargaba yo tantos libros aquel día? —le preguntó—.
Lo que sucedió es que acababa de vaciar y limpiar mi casillero del
colegio, porque no quería dejarlo desordenado para quien fuera a
ocuparlo después de mí. Había ido juntando pastillas de dormir que le
quitaba poco a poco a mi mamá, y me dirigía a mi casa, decidido a
suicidarme. Pero tras pasar ese tiempo conversando y riendo contigo, me
di cuenta de que si me hubiese quitado la vida, me habría perdido ese y
tantos otros momentos que a lo mejor vendrían. Ya lo ves, Marcos, aquel
día, cuando me ayudaste a recoger los libros, hiciste mucho más que
eso: me salvaste la vida. John
W. Schlatter
*
No obstante su mala
reputación, el diente de león da unas florecillas muy bonitas, pequeños
soles de encaje plateado. Y sin duda son las más bellas de todas las
flores cuando las vemos en las manitas sucias de algún pequeñito. A
nadie lo regañan por recogerlas. Quizás solo existan para que los niños
las tomen y las disfruten.
A los dientes de león se
los ignora o se los ataca; nadie jamás los cuida, y sin embargo,
siempre florecen magníficamente. No requieren cuidados especiales para
prodigarnos sus salvajes y hermosas flores. Crecen en los campos, en
medio del césped, en la orilla de una vereda rota… las hay hasta en los
vecindarios más elegantes. ¿Se imaginan qué sucedería si tratáramos de
cultivarlas junto a las demás flores? ¡Se escaparían de su cantero y
brotarían de lo más orondas en medio del césped! No se quedarían jamás
en su sitio.
Los cristianos deberían
parecerse más al diente de león. Nuestros rostros, alegres como el sol,
deberían recordar a todos que hasta la fe más sencilla tiene raíces
imposibles de arrancar. Y somos tan numerosos que aunque a lo mejor no
nos caractericemos por nuestro refinamiento, se nos vería por todas
partes…
Deberíamos ser tan
accesibles como los dientes de león. Jesús lo es. Debemos salirnos de
nuestros jardines, saltarnos las bardas que nos impiden ir donde la
gente espera encontrarnos. Debemos enseñar nuestros rostros radiantes
como el sol en todos los rincones donde haga falta un poco de luz, allí
donde se quiebra el pavimento o en el impecable césped de una cancha de
golf. Anónimo
*
Al pasar por este
mundo de pecado,
cuando otros te vean a ti,
sé puro y limpio, sé un hombre feliz.
Que se vea a Jesús en ti.
cuando otros te vean a ti,
sé puro y limpio, sé un hombre feliz.
Que se vea a Jesús en ti.
Tu vida es un libro
abierto
que otros leen; es así.
¿Les señalarás el rumbo al Cielo?
¿Verán a Jesús en ti?
que otros leen; es así.
¿Les señalarás el rumbo al Cielo?
¿Verán a Jesús en ti?
Qué glorioso será
ese día,
cuando esta vida llegue a su fin
y te reencuentres con tantas almas
que vieron a Jesús en ti.
cuando esta vida llegue a su fin
y te reencuentres con tantas almas
que vieron a Jesús en ti.
Cuéntales la
historia y, en tu paso por aquí,
que vean a Jesús en ti.
B. B. McKinney
que vean a Jesús en ti.
B. B. McKinney
*
Déjame valerme de tus ojos
para ver las necesidades ajenas, sean grandes o pequeñas. Deja que me
valga de tus oídos para escuchar el clamor de los perdidos, y de tu
lengua para derramar palabras de amor y compasión, de oración y ánimo
para el hermano abatido. Deja que me valga de tu mente para que te pueda
dar Mis pensamientos, pensamientos de amor y bondad. Deja que tome tu
corazón en Mis manos y lo llene de Mi compasión por las multitudes que
no conocen todavía Mi amor.
Déjame valerme de tus
manos para enjugar las lágrimas de los que lloran, para dar una palmada
de aliento a los abatidos, para tender la mano a los que caen por el
camino. Déjame valerme de tu lengua como instrumento de Mi amor para el
que necesita oír unas palabras tiernas.
Aunque no estés buscando
formas de dar ejemplo de Mi amor, si estás dispuesto y atiendes a Mis
suaves susurros en tu corazón, te pondré en el camino esas situaciones.
Puede que te parezcan insignificantes, pero a Mis ojos son importantes.
Ser una vasija de amor es un importante llamamiento. Jesús, hablando en profecía
*
Hay veces en que tan solo
una palabra, una mirada o una sonrisa —nuestra expresión, nuestro tono
de voz, la impresión que causamos— pueden suponer una gran diferencia.
Si no tenemos una disposición alegre, victoriosa y optimista, es
inevitable que hundamos a los demás. La gente participa de nuestro
estado de ánimo y es influenciada por nuestra actitud. Por eso es tan
importante que ésta sea positiva, y no negativa. Pensemos en lo bueno[1]. Seamos alentadores,
amorosos y joviales. El amor engendra amor. Si tenemos una actitud
serena, confiada, paciente, tranquila, llena de fe, los demás
reaccionarán de la misma manera. ¡Un poco de amor verdadero llega
lejísimos!
Ningún hombre es una isla.
Todo el mundo influye en su entorno. Quien se conduce con amor impulsa
a los otros a hacer lo propio. Si manifiestas amor, otro ser humano
seguirá tu ejemplo. El amor de Cristo en acción es muy contagioso. Se
transmite de corazón a corazón.
Si pasamos suficiente
tiempo con Dios, como hacía Moisés, a nosotros también se nos pegará un
poquito de Dios: andaremos contentos y con la cara resplandeciente por
la alegría y el Espíritu de Dios[2]. ¡Esa es
la clave! Si irradiamos amor en medida suficiente, los demás lo
reflejarán.
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