PAN DE ORO
Durante la Gran Depresión de los años treinta en los EE.UU., un panadero
acomodado, de temple bondadoso, mandó a buscar a veinte de los niños más
pobres de la ciudad y una vez todos reunidos en su panadería, les dijo:
—Aquí frente a ustedes ven una cesta; en ella hay un molde de pan para
cada uno de ustedes y sus familias. Llévenselo y vuelvan todos los días
hasta que Dios nos conceda tiempos mejores.
Aquellos chiquillos hambrientos se arremolinaron impacientemente en
torno a la cesta, ya que todos querían la barra más grande. En cuanto
cada uno se había apoderado del molde que le parecía más grande, se
dispersaron. Algunos ni si molestaron en darle las gracias siquiera al
amable caballero.
Sin embargo, Anita, una niña de vestido andrajoso, no discutió ni riñó
con los demás. Aguardó calladita a un lado hasta que todos se habían
servido. Cuando los niños desconsiderados se hubieron ido, tomó la única
barra que quedaba en la cesta, que por supuesto era la más pequeña de
todas, y agradeciéndo la generosidad del caballero, se fue a casa.
Al día siguiente, los niños se portaron tan egoístas como el primer día,
pero el dueño de la panadería no hacía nada para impedirlo. La pobre y
tímida Anita recibió una barra de pan apenas la mitad del tamaño de la
que había obtenido el día anterior, pero no se quejó, más bien
nuevamente se mostró más agradecida que los demás. Al llegar a casa, su
madre cortó la barra de pan y cayeron de ella varias monedas de plata
nuevecitas y relucientes.
Su madre, muy contrariada, le dijo:
—Llévale el dinero enseguida al buen caballero. Debe de habérsele caído
accidentalmente en la masa. Date prisa, hijita. ¡Date prisa!
No tardó de llegar a la panadería, donde se dispuso a devolver las
monedas al su dueño.
—No, hija mía. Ese dinero es para ti y tu familia. Lo puse allí para
recompensarte por no haberte peleado por el pan como los demás chicos.
Anda en paz.
Cuando anteponemos las necesidades o deseos de los demás a los nuestros,
puede que a veces nos parezca que salimos perdiendo. Pero no es así.
Dios toma en cuenta nuestras actitudes desinteresadas y de alguna manera
nos premia con creces por ellas.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario