Creo que una de las cosas que más me motiva a permanecer lo más cerca
posible de Jesús son esos gestos personalizados de cariño que tiene conmigo.
Los tiene con cada uno de nosotros. A veces nos percatamos de ellos; otras,
no. A veces los notamos, pero los atribuimos a otras causas. Me imagino que eso
lo entristece. Sin embargo, nos ama demasiado como para darnos por perdidos. A
lo largo de toda nuestra vida insiste en expresarnos Su amor y en repetirnos
las dos palabras más maravillosas que hay: «¡Te amo!»
Durante mi adolescencia, etapa en que me tocó lidiar con un sinnúmero de
emociones y conocer de cerca la soledad, me hizo falta sentir ese amor de la
manera más palpable que fuese posible. Un día vi la flor más divina que te
puedas imaginar, un precioso pensamiento en miniatura que crecía a la vera del
camino. Como mucho sería del tamaño de una de mis uñas, y el tallito, del largo
de mi dedo. Lo recogí, lo llevé cuidadosamente a mi casa y lo coloqué en un
vaso descartable junto a mi cama. Pasó una semana entera, y la florcita seguía
en el agua como nueva, radiante y hermosa. Yo estaba muy contenta.
Entonces ocurrió algo curiosísimo, un fenómeno que yo nunca había visto ni
he vuelto a ver. De aquel diminuto tallo brotaron raíces, que al poco tiempo se
extendieron y se hicieron más robustas. La planté en una maceta y la vi crecer
hasta que echó muchas flores. Me asombró, y al mismo tiempo me inspiró
confianza en que Mi Creador —que había hecho crecer aquel diminuto
pensamiento— estaba conmigo, a mi lado, moldeándome por medio de los
vaivenes de la vida y salpicando mi camino con flores de alegría.
Con el paso de los días, los meses, los años y, ¿por qué no?, también los
decenios he aprendido a conocerlo mejor y a amarlo más gracias a los innumerables
detalles y gestos de cariño que ha tenido conmigo. Muchos de esos detalles
pueden parecer totalmente insignificantes comparados con las transformaciones y
los milagros que hacen falta en el mundo entero. Para mí, no obstante, han sido
determinantes. Él me ha demostrado que para Él soy importante y de esa manera
me ha conquistado para siempre. «Nosotros lo amamos a Él, porque Él nos amó
primero»1.
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