martes, 12 de mayo de 2015

La buena actitud

¿Alguna vez has vivido la experiencia de ir a comprar en algún lugar donde el vendedor pareciera odiar su trabajo, odiarte a ti y odiar tener que atenderte?
¿O has ido a un restaurante donde el camarero es tan malgeniado que has preferido pedir algo sencillo y usar tu pañuelo antes que llamarlo para pedirle un salero y una servilleta?
¿O puedes recordar a esos profesores que en lugar de motivar y ayudar a sus alumnos a aprender y  superarse parecían disfrutar hasta con una risita mordaz de hacerles perder la materia?
¿O alguna vez te ha tocado un médico regañón que en lugar de mostrar interés por tu salud pareciera ser un papá neurótico que se ha enojado porque estás enfermo y te va a castigar?
Todas estas personas aunque sepan hacer su trabajo y cumplan con sus deberes están dañando sus buenas obras y dejando una pésima imagen en la gente que atienden, sencillamente porque tienen una mala actitud.
Lo mismo pasa en la vida espiritual del cristiano, podemos obedecer a Dios, pero hacerlo por los motivos incorrectos y por ende con una actitud incorrecta.
El resultado de ese mal proceder es que las buenas obras que hicimos no cuentan a nuestro favor y la situación se torna peor de lo que resultaría por no haberlas hecho.
Es por lo anterior que el apóstol Pablo expresaba en su primera carta a los corintios en el capítulo 13 que si él fuera el “Supermán” espiritual que habla en lenguas humanas y angélicas, que profetiza, que entiende todos los misterios y toda la ciencia y que por ello escribe libros maravillosos y da conferencias espectaculares, pero no tiene amor, de nada le vale.
Y que si además tuviera tanta fe que fuera capaz de mover la Cordillera de los Andes y echarla al mar delante de las cámaras de CNN y vender todas sus posesiones y enviarl el dinero a los niños pobres de África, pero no tiene amor, de nada le vale.
Y que si encima de todo ello fuere capaz de entregar su cuerpo para que lo quemaran vivo, tal y como hacía Nerón con los cristianos donde hoy está la catedral de San Pedro, pero no tiene amor, de nada le valdría.
¿Y por qué razón? Porque una mala actitud echó a perder todo su lindo trabajo.
Es que desde el simple cristiano que limpia baños, hasta el pastor que dirige un ministerio de millones de dólares y de miles de ovejas, deben ponerse la mano en el corazón y meditar en la actitud con la que están trabajando, porque si no están destilando amor en lo que hacen, deben hacer los cambios necesarios de inmediato.
 

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