martes, 26 de mayo de 2015

Dos viejitos

DOS VIEJITOS

Dos hombres, ambos enfermos de gravedad, compartían el mismo cuarto
semiprivado del hospital. A uno de ellos se le permitía sentarse durante
una  hora en la tarde, para drenar el líquido de sus pulmones. Su cama
estaba al lado de la única ventana de la habitación. El otro tenía que
permanecer acostado de espalda todo el tiempo. Conversaban
incesantemente todo el día y todos los  días hablaban de sus esposas y
familias, sus hogares, empleos, experiencias durante sus servicios
militares y sitios visitados durante sus vacaciones. Todas las tardes
cuando el compañero ubicado al lado de la ventana se sentaba, se pasaba
el tiempo relatándole a su compañero de cuarto lo que veía por la ventana.
Con el tiempo, el compañero acostado de espalda que no podía asomarse
por la ventana, se desvivía por esos períodos de una hora durante el
cual se deleitaba con los relatos de las actividades y colores del mundo
exterior. La ventana daba a un parque con un bello lago. Los  patos y
cisnes se deslizaban por el agua, mientras los niños jugaban con sus
botecitos a la orilla del lago. Los enamorados se paseaban tomados de la
mano entre las flores multicolores en un paisaje con árboles majestuosos
y en la distancia, una bella vista de la ciudad.
A medida que el señor cerca de la ventana describía todo esto con
detalles exquisitos, su compañero cerraba los ojos e imaginaba un cuadro
pintoresco. Una tarde le describió un desfile que pasaba por el
hospital y aunque él no pudo escuchar la banda, lo pudo ver a través del
ojo de la mente mientras su compañero se lo describía.
Pasaron los días y las semanas y una mañana, la enfermera al entrar para
el aseo matutino, se encontró con el cuerpo sin vida del señor cerca de
la ventana, quien había expirado tranquilamente durante su sueño. Con
mucha tristeza avisó para que trasladaran el cuerpo.
Al día siguiente el otro señor pidió que lo trasladaran cerca de la
ventana. A la enfermera le agradó hacer el cambio y luego de asegurarse
de que estaba cómodo, lo dejó solo.
El señor con mucho esfuerzo y dolor, se apoyó en un codo para poder
mirar al mundo exterior por primera vez. Finalmente tendría la alegría
de verlo por sí mismo. Se esforzó para asomarse por la ventana y lo que
vio fue la pared del edificio de al lado. Confundido y entristecido, le
preguntó a la enfermera qué sería lo que animó a su difunto compañero a
describir tantas cosas maravillosas fuera de la ventana. La enfermera le
respondió que el señor era ciego y no podía ni ver la pared de enfrente.
Ella le dijo: «Quizás solamente deseaba animarlo a usted».

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